Pere Rovira
DVD, Barcelona, 2011
Si tomamos el prólogo del libro de Pere Rovira como ideario o programa vital, veremos que el autor cumple ampliamente en su obra lo que anticipa y promete en el preámbulo. Dice en él: “No hay que tener prisa ni por empezar un poema ni por terminarlo”. Pere, que es hombre de palabra, lo cumple: cinco libros en treinta años vienen a demostrar que el autor se toma su tiempo (y, por ende, el de sus pacientes lectores) a sabiendas de que el tiempo también lo toma a él. Obra poco extensa, dirán quizás algunos. Intensa, en cualquier caso.
Quien lo conozca siquiera un poco, sabrá que Pere abomina del calificativo de artista (depositario de no se sabe qué dádiva divina) en favor del adjetivo más terrenal y utilitario de artesano. Los carpinteros hacen sillas para que nos sentemos a descansar de la vida, lo mismo que Pere hace poemas para que la vida nos canse menos. O para que nos detengamos a contemplarla en toda su plenitud un instante siquiera.
En Pere se cumplen -y se confunden- las dos máximas que todo poeta desearía para sí: “escribe como vives” y “vive como escribes”. Poesía y Vida paseando muy juntas por los campos de Lleida, como dos hermanas siamesas, mejilla con mejilla, sincronizando el paso.
Cuando la mayoría de los poetas sólo tienen lectores (y eso con suerte, claro), Pere logra el más difícil todavía: tener confidentes, que es la categoría más elevada de lector que acaso pueda existir. ¿Por qué? Porque el éxito moral en la poesía de Pere Rovira consiste en que retrata siempre una experiencia humana muy próxima y verosímil de manera cordial y honesta, sin ningún tipo de afección ni de artificios innecesarios. Los poemas de Rovira invitan a ser habitados: son confortables y cálidos a pesar de que, a veces, muestren la cara menos amable de la vida.
Vitalista e inteligente, y por ello inevitablemente escéptico, Pere Rovira es -a pesar de todo- un epicúreo que a veces se viste con los hábitos de un senequista, un hímnico que a ratos escribe elegías. Esa serena persecución de las bondades trascendentales (el apego a la amistad, el amor hacia las personas, los paisajes o las cosas) convierte su poesía en una suerte de larga conversación de sobremesa entre autor y confidente después de haber comido y bebido con deleite la vida.
En la poesía de Pere concurren, por sólo citar algunas, un par de paradojas maravillosas: la primera es que, siendo la suya una poesía que a menudo retrata el transcurrir del tiempo, termina por ser una poesía intemporal y -por tanto- ajena a las modas. La otra es que sus poemas están tan trabajados desde un punto de vista formal que, contradictoriamente, no lo parecen: son poemas que están hechos como de una sola pieza, sin costuras ni dobleces. Conseguir sólo estas dos cosas, como bien sabemos, es dificilísimo.
Creo que fue Eliot quien dijo que la tradición no se hereda; y que si uno quiere hacerla suya debe invertir un gran esfuerzo. Esto, que parece una obviedad, a veces se nos olvida. Pere Rovira ha cimentado su obra en base a una tradición muy personal que maneja magistralmente y que retroalimenta toda su poesía: una tradición que va desde Horacio hasta Jaime Gil de Biedma pasando por Verlaine y por Antonio Machado, por sólo citar algunos nombres.
La visión más conservadora acerca de la tradición tiende a ver en ella algo que mantener y acatar acríticamente. Sin embargo, la vitalidad de la tradición en la poesía de Pere Rovira depende de su capacidad renovadora, aunque manteniendo los cánones estéticos o filosóficos tradicionales. Rovira escribe desde la tradición porque no puede hacerlo de otra forma: en ella ha crecido y desde ella innova y se desarrolla. Así que tradición como entidad viva y orgánica y no como se la tiende a contemplar: como una gran y vieja estatua inamovible.
Los poemas de Pere mantienen un equilibrio entre la profundidad y la ironía. Equilibrio, por otra parte, difícil de conseguir, puesto que la tendencia habitual es irse a los extremos y terminar escribiendo poemas o bien excesivamente sentenciosos o bien tremendamente cínicos. Esto, afortunadamente, no ocurre. Pere retrata muy hábilmente el sentimiento de pérdida y de fracaso y lo hace de una manera lúcida, sin caer en los grandes aspavientos existencialistas.
Jesús Jiménez Domínguez