domingo, 24 de julio de 2011

Cita con Carl Sandburg


“La poesía es el diario escrito por una criatura del mar, que vive en la tierra y desea volar”

jueves, 21 de julio de 2011

Dos poemas inéditos en castellano de Billy Collins




TALLER DE POESÍA EN UNA ANTIGUA FÁBRICA
DE CIGARROS DE CAYO HUESO

Después de nuestra última clase, cuando nos marchamos
igual que en otro tiempo marcharon los torcedores de cigarros
-levantándose por última vez de sus taburetes
mientras el hombre que les leía durante los turnos de trabajo
cerraba el libro sin marcar la página donde se había quedado-
me felicité, digo, por mi moderación.

En ningún instante en aquel edificio blanco y soleado
tracé comparaciones entre hacer cigarros y escribir poesía.
Ni siquiera después de haber contemplado en una vitrina
la cuchilla afilada, el calibrador circular
y la guillotina manual con su regla de medición,
sugerí que el cigarro pudiera servir de modelo al poema.

No se me ocurrió mencionar la producción ejemplar
de los torcedores y cortadores anónimos
(300 cigarros diarios frente a 3 poemas acabados en toda una vida, y eso con suerte)
que transformaban las grandes hojas de tabaco
en cilindros listos para ser sostenidos suavemente en la mano.

Ni una sola vez insinué que enrollando una intuición
hasta convertirla en una forma artesanal y perfecta
podría animar al lector a retirar la banda de vivos colores,
deslizarla entre sus dedos y hacer suyo al poeta
en una repentina nube de humo como si fuera su pareja.
No, he guardado todo esto para mí, hasta este momento.




MI HÉROE

Mientras la liebre cruza la meta como un relámpago,
la tortuga se ha detenido de nuevo
al borde del camino,
esta vez para asomar su cabeza
y mordisquear un puñado dulce de hierba,
no como la vez anterior
cuando la distrajo
un zumbido de abeja en el corazón de una flor.



[Poemas pertenecientes al libro Horoscopes for the dead (Random House, 2011), de Billy Collins, en modestísimas traducciones mías al castellano.]

sábado, 9 de julio de 2011

Sergio Algora, 1986

ÉDITOS, INÉDITOS Y ANÉCDOTAS DEL DESPERTAR CREATIVO


Sergio Algora en 1990: culo de mal asiento




Conocí a Sergio Algora hacia el año 1986, en la época en que ambos estudiábamos en el Instituto María Moliner de Zaragoza. Sergio era, por entonces, un tipo delgado que solía vestir de negro y se resguardaba del cierzo bajo un largo abrigo -negro también- que le colgaba hasta los tobillos. Llevaba una carpeta ilustrada con fotografías de Siouxsie, Echo and The Bunnymen, Joy Division y reproducciones de pinturas de Salvador Dalí, entre ellas El Gran Masturbador y El destete del mueble-alimento. Sergio cantaba en un grupo llamado Índice de Cuba, muy deudor del pop de la movida madrileña. También colaboraba en “Papeles”, la revista ciclostilada del Instituto, con poemas como éste:

ODA AL TIMBRE DEL INSTITUTO MARÍA MOLINER [1]

En todos los institutos tenemos pianos que estudian
el desconocimiento nominal de los codos.

En la mayoría de los institutos
los alumnos de primero han perjurado
y los de segundo quieren el cielo,
los de tercero se visten
y los de COU tienen una sombra
que coincide con nada.

¿Pero sabéis lo que hizo Tarzán al quedarse sin voz?

Exactamente lo parecido, yo enloquecí
al primer mordisco de sonido.

PREPREPREPREPREPREPREPREPREPREPREPREPRE
y me quedo corto.

Señor alcalde, yo no le doy de beber
pero aquí hay un timbre de submarino
en agonía, desvariando y fallecido
con toda la tripulación ahogada en tinta.

¿Con este timbre cómo salir al recreo?
¿Cómo no alimentarnos de ceros?

Fue él quien los volvió locos.
El profesor, la profesora.
La profesora, el profesor.

Alumna de bollycao,
¿me dejarás ahorcarme con tus trenzas
cuando ya no pueda oír mi voz?


Otros poemas suyos que asomaron por aquella revista tenían notables influencias de Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos, el libro de poemas más cinematográfico de Rafael Alberti. Si Alberti introducía héroes del cine mudo en sus versos, Sergio hacía lo propio con sus héroes musicales del momento. Sus poemas llevaban títulos tan largos y significativos como “Los Mestizos intentan explicar a un simpatizante de Joy Division lo difícil que es dormir con luna llena” o “13.000 hombres en camiseta dudan entre llamar por teléfono o acostarse al atardecer”.

Y es que si Rafael Alberti nació -¡respetadle!- con el cine, Sergio Algora lo había hecho con el pop, en un año tan erótico-cabalístico y tan lisérsico como el del 69, sólo que en Zaragoza en vez de en Londres o en San Francisco.

Sergio vivía con su familia en la calle Sangenis del zaragozano barrio de Delicias, en una pequeña casa humilde y con pocas comodidades. A modo de ejemplo, para ducharse en verano, como cuenta uno de sus relatos con referencias autobiográficas [2], había que hacerlo en un patio exterior y exponerse a la mirada inquisidora de los vecinos. Antes de que las obras acabaran por convertir la paralela calle Capitán Pina (llena de pequeñas fincas interiores y casas de dos pisos) en el actual y más ancho Paseo Calanda, el vecindario era “un quiero y no puedo”. Todo eran falsas apariencias en un sistema de clases al que no podía acceder la clase mayoritaria del barrio, la clase obrera. Sergio recuerda cómo una familia de su calle había anunciado a bombo y platillo al resto del vecindario que pasarían sus vacaciones en el extranjero cuando en realidad se encerraron a cal y canto durante días en su piso sin salir ni dejarse ver ni oír, haciendo creer que veraneaban en Italia [3].

Sergio no era un excelente estudiante. Repitió el curso de COU. Como se aburría mucho en las clases, solía dejar abiertas de par en par las puertas de su mente y ésta se iba de viaje, volviendo al cabo con versos y relatos llenos de una imaginación barroca, sensual y desaforada. A los 15 años ya había visto editado su primer relato (“El arte de amar”) en una publicación inusual para un escritor novel de su edad: la revista “Lib”. Alejado del contenido explícito de la revista pornográfica, el texto era un relato muy poético en el que los muebles y objetos cotidianos de una casa copulaban entre sí en una suerte de orgía o de kamasutra inanimado. Así, por ejemplo, el grifo de una bañera se dilataba y alargaba hasta hacer el amor con el desagüe, desprendiendo de su frotación un cálido óxido.

Sergio -y en esto coincidimos cuantos le tratamos personalmente- ha sido uno de los fabuladores orales más ocurrentes que he conocido nunca. Un divertidísimo conversador. Narrador de anécdotas increíbles, luego las adornaba con profusión de datos, las mejoraba para cada ocasión. Lo cierto es que a Sergio le ocurrían las situaciones más extrañas y bizarras que uno pudiera imaginar. Resulta muy sintomático que en la época de El Niño Gusano, Sergio fuera un auténtico imán para los freaks de todo tipo que, misteriosamente, solían pulular a su alrededor.

Antes de vendedor de discos en su propia tienda Plasticland y luego en Fnac, Sergio Algora tuvo otros trabajos esporádicos. Fue pescadero, repartidor de publicidad, cortador de rieles para cortinas y tantas cosas más, a cual más dispar. Durante la temporada que fue quiosquero de revistas y prensa en el entorno de la calle García Sánchez se encontró una mañana con que, yendo a abrir el establecimiento, algún desaprensivo sin escrúpulos había defecado sobre el fardo de periódicos. El incidente se volvió a repetir en madrugadas sucesivas, con la lógica indignación de Sergio. Un día, una amiga que vivía por allí, fue testigo de uno de esos episodios y pudo desenmascarar al culpable: resultó ser el mismísimo Leopoldo María Panero quien, pasando unos días en Zaragoza tras el espectáculo ¡Más margen, malditos! [4], volvía de su parranda nocturna junto a su anfitrión, y también poeta, Ángel Guinda. De todos es conocida la facilidad con que Leopoldo solía hacer sus necesidades fisiológicas sin ningún tipo de pudor en el lugar más insospechado, incluido el pasillo de la casa de una cuñada de Guinda donde el poeta astorgano estaba alojado. Sergio Algora siempre sostuvo con sorna y cierto orgullo que había tenido entre sus manos la “esencia destilada” y última del poète maudit y español por excelencia, el fruto del culo [5] de ese insigne loco llamado Leopoldo María Panero.

A Sergio, quien a los quince años había descubierto los versos de Baudelaire y de Artaud, le gustaba mucho la poesía de Leopoldo hasta que ésta comenzó a repetirse y a convertirse en una caricatura de sí misma. Por todo ello, intentó huir de su influjo muy pronto. Mucha de su obra (incluido un poemario que llevaba por título Fragmentos para un atlas fantasma) acabó en el cajón del olvido. También composiciones como ésta de un poemario sin título y compuesto por 30 poemas, donde se comprueba la impronta de Leopoldo María:

Que en mis manos llevaba mis manos
lo aprendí en el bosque
que en tus manos yo estaba lo aprendí más tarde
cuando encontré el camino naranja
y bajo el puente burlé a los cerdos negros
que en mis manos estoy posado
el sueño me lo enseña
y que hay otras manos las que sin cuerpo aprietan
lo sabe mi vello erizado


Más tarde leyó a George Bataille, a Henri Michaux, a Eduardo Cirlot, a Carlos Edmundo de Ory, a Paul Celan, a tantos otros.

En ocasiones se han trazado paralelismos en la vida y en la obra de Sergio Algora con la de Boris Vian. Ambos vivieron de forma hedonista, quizás deprisa y atropelladamente. Ambos publicaron discos y libros. Ambos sufrieron de insuficiencias cardiacas. Ambos murieron, finalmente, a la misma edad: 39 años. Sergio Algora llegó a firmar algunos de sus textos para fanzines o revistas como “Buceadora” o “Zona de Obras” con el seudónimo de Amadís Dudú, personaje borisviano de El otoño en Pekín. Por otra parte, el famoso piano-cóctel de La espuma de los días que tanto hubiera querido Sergio para su Bar Bacharach dio pie al “piano de sabores” del Profesor Mirmidón, personaje creado al alimón con Mª Ángeles Cuartero. Un invento éste del piano de sabores, sin duda, mucho más psicótico que el artefacto patafísico de Vian:



PRIMIER
EXPERIMENTO PERCEPTUAL DEL PROFESOR MIRMIDÓN

El eminente psicólogo experimental y aclamado doctor en el campo de los transplantes, Dr. Mirmidón, os muestra cómo interpretar una sinfonía de sabores sobre un teclado hecho de lenguas todavía vivas.

“Se extraen las lenguas necesarias para componer un teclado. Es imprescindible no dañar las papilas gustativas así como mantener intactas todas las prolongaciones nerviosas para lograr fusionar todas las terminaciones nerviosas en una sola (ver dibujo) que se conectará en el área cerebral correspondiente. Las teclas negras más pequeñas las conseguiremos estrangulando bebés (bueno, lenguas moradas). A continuación un experto pianista con los dedos untados en diferentes sustancias interpretará una partitura cualquiera en el teclado de lenguas y mediremos los efectos causados en el sujeto experimental con un test por mí confeccionado”.


Antes de grabar con El Niño Gusano, Algora lideró otros grupos cuyos frutos no pasaron del formato maqueta. Tras el Francés fue uno de ellos. En él coincidió con Rafa Domínguez (años después volverían a juntarse en Muy Poca Gente). El nombre del grupo, Tras el Francés, venía del título homónimo de un poema que Sergio Algora había presentado, junto a otros, al Premio de Poesía “Ciudad de Zaragoza” de 1986. Pero el premio quedó desierto y Sergio, que contaba entonces con 17 años, hubo de conformarse con uno de los dos accésit [6].

TRAS EL FRANCÉS

Cuando la cocina se queda sola y callada
con sus vasos húmedos y pegajosos
con sus sartenes aceitosas y desprevenidas
hay en mi casa una región más sola y callada
un territorio olvidado en el regazo de una niña
paulatinamente rosa
cuando todas las habitaciones se hunden
en perniciosas soledades
y sus lámparas quedan pausadas y dormidas
hay una región todavía más sola
un espacio metódicamente abandonado
un rincón luctuoso y nostálgico
como una pincelada tuya sobre la noche
una región sola, invariablemente sola
irradiando intrusos deshidratados y goteantes

Llego allí, a su entraña de hembra sola
a su globuloso vientre hueco y frío
a su vacío fructífero en dolor y nostalgia
llego abatido y derrotado
desgajado y funerario como esculpido en lágrimas

Allí solo y solo
hablo, hablo, hablo
exento de ti, de tu evolución blanca y dosificada
exangüe
hablo de tu voz mermelada
hablo a todo de tu diversidad
de tu azulada oriundez marina
de tu descendiente climático
hablo y por hablar quedo más solo
en el clímax de la región solitaria
burbujeando sobre begonias solas
bebedizo del cielo desnudo y sin amor

Lo global es un golpe seco y gomoso
una emigración a otras habitaciones solas
como hojas acostadas en muslos
como ahorcados y canturreos de puerto
en conjunto es una erosión femenina
un viento de sentimiento que barre mi hogar

Espigado en los huecos sin nadie
perfumado de soledad
me tambaleo en el espacio hiriente
predispuesto a tu precioso disparo



Tal acontecimiento le valdría una pequeña entrevista -la primera entrevista de su vida- en la revista del instituto [7]:

-¿Querías ser de pequeño mayor o poeta?
-Yo de pequeño quería ser arquitecto del rey, como Juan Bautista de Toledo; luego me ilusionó trabajar de cuadriga en las películas de romanos; nunca se me pasó por la cabeza componer (más bien descomponer) poemas.

-¿Eres un poeta romántico?
-La diferencia que hay entre mi poesía y la poesía romántica es que los románticos se enamoraban de jóvenes doncellas y yo lo hago de farolas y gominolas. De todas formas ahora me voy a dejar un bigotillo de puntas erizadas como el de Gustavo Adolfo.

-¿Has hecho una poesía al amor?
-En concreto, no.

-¿Cómo empezaste a componer tus poesías?
-Mis primeras poesías eran muy simples, reflejaban distorsionadamente lo que veía. En esto influía el cansancio y el aburrimiento de las tardes en el colegio.

-¿Por quién estás influenciado?
-Estoy influenciado por Robert Smith, don Melitón, Rafael Alberti, Elizabeth Frazer, los hosteleros mujeriegos, Juan P. Corcobado, “La metamorfosis del vampiro”, tres mujeres con corsé, Pablo Neruda, David Sylvian, las jotas de ronda, la conjunción de las faldas de tubo negras con dos botas de agua amarillas y dos brujas: una buena y otra mala.

-¿Tienes algún estilo o método para componer?
-No; a veces me salen de pronto y otras doy mil vueltas a dos o tres frases que me gustan hasta que sale algo que me parece indecente.

-¿Tienes que estar sereno o BO2 (sin s)?
-No comprendo el significado de sereno, hace tiempo que los serenos desaparecieron de las calles.

-¿Tienes tu futuro claro?
-Bueno, cuando acabe mi condena de prisión menor en este Instituto (repito COU a perpetuidad
[8]), me enrolaré en la armada y tendré una mujer en cada puerto a la que escribiré poemas.

-¿Un día?
-El de vuestras bodas.

-¿Una bebida?
-El güiski con hielo.

-¿Una hora?
-Cualquiera de la noche.

-¿Un sueño?
-Ser famoso y millonario para poder no ser feliz.

-¿Un libro?
-
Rayuela, El Aleph, Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos, etc…

-¿Un disco?
-
The Top (The Cure), Mask (Bauhaus), Oil on canvas (Japan).

-¿Un cielo?
-El infierno.

-¿Un juego?
-El que me propongas.




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TRAS EL FRANCÉS - El Charlestón de la Serpiente
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NOTAS:

[1] "Papeles", nº 11, Zaragoza, 1986. Pág. 7.

[2] “Nombres con origen poco profundo”, A los hombres de buena voluntad (Xordica, Zaragoza, 2006).

[3] “Vacaciones en Italia”, ibíd.

[4] ¡Más margen, malditos! Selección y puesta en escena por El Silbo Vulnerado de poemas de Ángel Guinda, Ramón Irigoyen y Leopoldo María Panero. Dirigido por Luis Felipe Alegre, el espectáculo se estrenó en Zaragoza el 26 de febrero de 1987 en el Teatro del Mercado.

[5] “Yo François Villon”, poema de Piedra negra o del temblar, Leopoldo María Panero (Libertarias/Prodhufi, Madrid, 1992).

[6] Poemas de Zaragoza 1986, VVAA (Ayuntamiento de Zaragoza, 1986). Entre los finalistas sin premio que aparecen en el libro editado para la ocasión, aparece curiosamente un veinteañero Vicente Gallego, quien tres lustros después ganaría el Premio Loewe de Poesía con su libro Santa deriva (Visor, Madrid, 2002).

[7] “Papeles”, nº 11, Zaragoza, 1986. Pág. 16.

[8] En realidad sólo repitió COU una vez.