lunes, 26 de diciembre de 2011

En la frontera: poesía española y posmodernidad



EN LA FRONTERA: POESÍA ESPAÑOLA Y POSMODERNIDAD


María Ángeles Naval (ed.), Poesía española posmoderna, Visor, Madrid, 2010



Al adentrarse en la edición de María Ángeles Naval, Poesía española posmoderna (VV.AA., Visor, Madrid, 2010), uno tiene la sensación primera de estar abriendo, uno a uno, los cajones estancos de un armario que, en su totalidad, sólo se podría definir y desarmar desde su propio interior oscuro. Lo que se ha venido denominando “posmodernidad” no es sino la amalgama de diversos planteamientos sin un encadenamiento teórico claro: en ese cajón de sastre abundan desde ideas nietzscheanas hasta conceptos del Pragmatismo anglosajón, todo ello regado con una terminología con base en Heidegger y en los existencialistas.

Ya adelanta José-Carlos Mainer en el prólogo que el inevitable marchamo de lo posmoderno trae consigo una cierta conciencia de transitoriedad, de pisar un terreno que se hunde constantemente bajo los pies. Como lo posmoderno no significa forzosamente lo “contrario” de lo moderno, sino más bien su desbordamiento (es la modernidad misma que en su autocumplimiento invierte sus particularidades y efectos culturales), justo es rebobinar un poco la historia de la reciente poesía española con el fin de situarnos en el inicio de la democracia en España y ganar perspectiva. En su artículo “Acordes del desconcierto: encrucijadas de la poesía española actual”, Ángel L. Prieto de Paula se aplica a ello con el suficiente rigor.

Empachada del culturalismo de la escuela novísima, la poesía española busca en los primeros 80 la vuelta al yo, a la intimidad, a la cotidianidad, al tono menor y confesional. En resumidas cuentas: a la petit historie. Es uno de los rasgos de identidad de la literatura posmoderna: la desconfianza en los metarrelatos y la sospecha de que la razón sólo ha sido una narrativa entre otras más en la historia; una meta-narrativa, sin duda, pero una de tantas. El discurso vanguardista pierde prestigio frente a un compromiso humano en el sentido más amplio de la palabra e irrumpe la “poesía de la experiencia”, etiqueta rescatada -con más o menos acierto- de la obra The poetry of experience de Robert Langbaum. Sin embargo, la falta de perspectiva ante una poesía tan reciente y la dispersión de modos y tendencias en los últimos años, hace que Prieto de Paula sucumba a la tentación de trazar un recorrido diacrónico de la última poesía haciendo uso y abuso de las antologías, desoyendo quizás aquello que decía Borges: “El tiempo es el mejor antologista, o el único, tal vez”.

El estudio de Prieto de Paula viene a completarse con otra síntesis paisajística, esta vez acerca de la poesía entendida como arma cargada de futuro: “Reglas de compromiso. Poesía para después de la batalla”. A nadie, a estas alturas, se le escapa que Luis Bagué es autor de un libro imprescindible cuando se trata de acotar la poesía comprometida: Poesía en pie de paz (Pre-Textos, Valencia, 2006). Bagué articula esa poesía de denuncia social desde el concepto de posmodernidad: fin de los grandes relatos (y, por tanto, de la historia) en favor del fragmentarismo, victoria del “pensamiento débil” como proclamaba Gianni Vattimo, elogio del simulacro y de la tecnología de la información en un mundo globalizado y definitivamente on line, etc.

Arma cargada de futuro, pero también de pasado. Si la modernidad rompe con la tradición clásica, la posmodernidad permite no sólo recuperarla sino revisarla, actualizarla, trasponerla a un escenario contemporáneo y urbano. Los textos y autores que estudia Francisco Díaz de Castro no reciclan las citas y los mitos del mundo grecolatino para prestigiar sus propias obras, sino que su afán va más allá de la simple imitatio o del puro homenaje: intertextualizan, trivializan, recrean, deconstruyen, transgreden.


Uno de los principios de la crítica posmoderna siempre fue el particularismo antitotalizador. Desde el doble punto de vista lingüístico y territorial, la atención a la poesía peninsular en lengua no castellana tiene su botón de muestra en el repaso que Jon Kortazar hace de la reciente poesía vasca. Repaso tan ameno como interesante y necesario, dada la indebida y raquítica visión de conjunto que, en general, se tiene de la poesía vasca en el resto del estado español (lo mismo puede decirse de la poesía escrita en catalán, en gallego o en asturiano). Desde Gabriel Aresti hasta Kirmen Uribe, el lector tiene oportunidad de subsanar lagunas y equilibrar el “debe” y el “haber” en su contabilidad de nombres vascos contemporáneos.

Otro recorrido por la historia, la de la poesía española del realismo posmoderno, es la apuesta de María Ángeles Naval. Su intención no es otra que cruzar líneas de interpretación (que no de intervención) en los nombres y modos de afrontar ese realismo. Realismo que tiene como punto de partida aquella otra sentimentalidad de principios de los 80 para centrarse en la figura de Luis García Montero y estudiar dos líneas de actuación en su poesía: historia entendida como discurso intelectual y como discurso sentimental. El estudio de Ángeles Naval adquiere especial relevancia para entender las relaciones que se establecen entre historia y sujeto, poesía como memoria biográfica y -por otra parte- abierta decididamente a la ficción. Su artículo se completa con el nombre que focaliza el realismo poético de los años 90 en España: Roger Wolfe. Nadie como él ha sabido plasmar el desmoronamiento de la modernidad como proyecto histórico. La posmodernidad se instala definitivamente en la poesía española.

Pero a estas alturas del libro uno comienza a impacientarse un poco, a sentirse abrumado por el ir y venir de líneas teóricas y recuentos que tienen bastante de listín de páginas amarillas. Desea acceder a la praxis, comprobar de primera mano cómo algunos rasgos de la pretendida posmodernidad se articulan en los textos. Por fortuna, Carlos Marzal, Lorenzo Oliván y Manuel Vilas acuden al rescate como antes lo hizo Francisco Díaz de Castro. El primero, desde esa atomización conceptual del pensamiento que es el aforismo y que, en muchos casos, funciona como motor mismo del poema. El segundo, Lorenzo Oliván, trazando una genealogía poética que le ha permitido configurar su personal ideal poético (ese “ojo que piensa”) desde el tratamiento del fragmento. Y, por último, Manuel Vilas: su brillante disertación acerca del poema en prosa como doble agente infiltrado y como respuesta a la crisis de la subjetividad pone de relieve que, felizmente, existe un terreno fronterizo que la última poesía española ha conquistado y no está dispuesta a devolver.


Jesús Jiménez Domínguez
Reseña publicada en el nº 100 de la revista “Turia” (diciembre, 2011)

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