1. Su primer libro fue Diario de la anemia-Fermentaciones que apareció en 2000. En él asistíamos a una alucinógena sucesión de imágenes muy marcadas por Gamoneda y el Surrealismo más extremo. Era algo así como un canto a la ebriedad desde el propio lenguaje ebrio. Fundido en negro presenta una poesía más comedida aunque muy cargada también de imágenes, pero el elemento que sustenta todo el libro parece ser un culturalismo también ebrio. ¿Qué nexos unifican su obra? ¿Siguen siendo válidas las formas del surrealismo en pleno siglo XXI?
Tomándole prestado el título a Claudio Rodríguez, la poesía siempre me ha parecido ese “don de la ebriedad”, ese estado de entusiasmo y de rapto que permite asombrarnos frente al mundo.
Diario de la anemia y Fermentaciones sí tenían en lo visual, efectivamente, influencias del Gamoneda de Descripción de la mentira, pero también de otras obras como Báculo de Babel de Blanca Andreu. Y como estos libros, pienso que Diario de la anemia tenía un componente que acercaba el poema a una especie de misticismo de la palabra, a un querer acceder a esa materialidad íntima y excelsa de la palabra, pero curiosamente por la vía del exceso. Ese surrealismo que señalas, en realidad creo que deviene de algo que ya Derrida había señalado: “Toda asociación, toda lógica no se reduce a la asociación y a la lógica prescritas por los encadenamientos conceptuales y semánticos en un contexto reglado por el querer decir”. En mi caso, ese querer decir no conllevaba un control férreo, puesto que estaba instalado en la sospecha de que finalmente el poema, de alguna manera, siempre sabe más que quien lo escribe.
Esto cambia en Fundido en negro. Han pasado siete años entre la publicación de ambos libros y el resultado es otro tipo de embriaguez más controlada. “A ratos el silencio se me sube a la palabra y me embriago de sobriedad”, escribo precisamente en un poema. Ahora bien, hablar de surrealismo en Fundido en negro creo que es pillarse los dedos con una puerta demasiado grande. Existe en el libro una imagen muy plástica fruto de relaciones entre las palabras hasta cierto punto inesperadas, pero en la mayoría de las veces desde la racionalidad.
El surrealismo ensanchó las posibilidades de la percepción y la expresión, rompió el corsé de lo racional y supuso una revolución, qué duda cabe. Pero el surrealismo ya existía antes del siglo XX, no lo olvidemos: ya estaba en pintura con El Bosco y Goya, por ejemplo. Así que esa irracionalidad, aquella que soterradamente nos acerca al primitivismo animal, sigue siendo válida porque es un componente inherente del ser humano, como los sueños y el misterio. No entiendo la poesía sin su dosis de misterio.
2. Desde el mismo título, el libro está plagado de referencias al mundo de la noche y las sombras. Así parece sobrevolar la idea de que las palabras, igual que dichas sombras, mantienen una vida independiente de la realidad que proyectan. ¿Es el lenguaje, la poesía en suma, una fantasmagoría? ¿Por qué esa insistencia en lo oscuro?
Entre las manifestaciones naturales que el hombre ha sabido convertir en símbolos, pocas son tan ricas en significados como la de la sombra. Y seguramente la sombra, junto con el reflejo en el agua, fue la más antigua imagen que el hombre contempló de sí mismo. Ya aparece en el episodio de la caverna de Platón. “En la sombra de un hombre que camina hay más enigmas que en todas las religiones del mundo”, escribió Vita Sackville-West.
Indudablemente, sí existe en varios poemas la idea de que las palabras (lo mismo que las sombras) asedian a las cosas sin lograr jamás entrar en ellas, sin llegar a comprenderlas; lo que otorga a la poesía (y, por extensión, a la palabra) una aureola de fracaso. Y me gusta llamarlo así: aureola de fracaso.
En otros poemas del libro, como “Deslumbramiento de las sombras”, estas sombras (“embajadas de la noche en el país del día”, como las denomino) parecen mantener una vida autónoma. A ratos aparecen como etiquetas oscuras (y hay que entender este adjetivo en todas sus acepciones) que alguien cosió a las cosas y que pueden despegarse de un momento a otro.
3. Por su libro circulan multitud de personajes y referencias culturales que parecen tener como hilo conductor las distintas formas del Romanticismo y la figura del artista maldito, desde Keats, Shelley pasando por Rimbaud, Antonin Artaud o los más recientes Pizarnik y Leopoldo María Panero; igualmente en sus referencias musicales: Syd Barrett, Jeff Buckley, la Velvet… ¿Qué hay detrás de todos esos nombres? ¿Es posible el malditismo en nuestro tiempo? Comente cómo sitúa su obra en relación a todo lo expuesto aquí.
El malditismo mal entendido es hoy una pose, un postizo. Se ha convertido en una caricatura del romanticismo. Pero el malditismo existe y pervive en el preciso instante en que alguien es incapaz de aceptar la vida tal y como la sociedad de su momento la entiende. Entonces la vida acaba marginándolo y la sociedad maldiciendo su obra, “esas raspaduras del alma que el hombre normal no acoge”, como dice Leopoldo María Panero.
Estéticamente, siempre me han atraído más los antihéroes que los héroes, los ángeles caídos más que los que ascienden al podium. Existe una épica del perdedor que sustituyó a la épica del héroe antiguo y es la que a mí me interesa para contar la predestinación del ser humano. Superman acabó en silla de ruedas. ¿Existe algo más desoladamente poético que esa imagen y ese destino?
4. Además de esas referencias a la cultura occidental también hay lugar para Oriente, con una sección de poemas que nos recuerdan el orientalismo de Ezra Pound. ¿Cómo conjuga el ahondamiento en algunos referentes de la modernidad occidental con ese juego de máscaras orientales?
Ciertamente, “La cepa que asciende hacia la luz” es la parte del libro más orientalizada, pero también la más luminosa dentro de sus posibilidades. Creo que, con tanta oscuridad, el libro necesitaba un contrapeso, algo que hablara de la oscuridad pero desde la luz, pues no se da lo uno sin lo otro. Eso me lo dan los poetas chinos, el paisaje, Hokusai, la sabiduría zen. Es como si en una parte del libro (occidente) fuera de noche mientras, en el mismo momento, en esta parte (que es oriente) empezara a amanecer. “La cepa que asciende hacia la luz” es como ese reducto de luz, esa cerilla que me permite salir a la noche para precisamente contemplar ese imperio de oscuridad en el que andamos perdidos.
5. Por último, destaca en Fundido en negro la mezcla de registros, incluso en un mismo poema: ironía, narratividad, poesía descarnada, explosión de imágenes, profundidad de ideas, etc. ¿Cómo afronta y entiende la escritura Jesús Jiménez Domínguez? ¿Qué le interesa de aquello que lee y de aquello que escribe?
Entiendo cada poema como una entidad autónoma dentro de Fundido en negro. Así que el libro podría ser como un raro archipiélago compuesto por islas con diferentes climas, flora y fauna. Puedes viajar de una a otra isla o quedarte a vivir para siempre en una de ellas. Tú eliges. Creo que eso es una virtud del libro y que yo, como lector, trato de encontrar en otros. No es de extrañar entonces que cada poema tenga su propio registro, su propio microclima: desde el intimismo y la mesura de algunas composiciones hasta la sinestesia alucinada de otros poemas con referentes psicodélicos.
El libro no lo escribí pensando en un hilo conductor, aunque había temas afines en todos sus poemas y que afloraban en la escritura continuamente. Yo había cincelado los poemas como si fueran las cuentas de un collar. Cuando las tuve todas, aun siendo diferentes, comprendí que podía agujerearlas e introducir ese hilo conductor para unirlas. Así que el sentido final del libro se me fue apareciendo él solo poco a poco.
Se me asocia enseguida a un tipo de poesía muy visual, es cierto. Me interesan los poetas que “escriben con los ojos”. Me interesa la poesía que busca el doble sentido a las cosas, ese lenguaje secreto que vive soterrado en todas ellas. Para mí eso es la poesía. Me gustan los poemas que trazan perspectivas diferentes a las habituales, aquellos poemas que ofrecen juegos, ya sean de pensamiento o visuales. Algo así como intentar descubrir esas formas que se ocultan en ciertas pinturas de Dalí.
Si no llevo puestas las lentillas, como miope que soy, tengo que acercarme mucho a las cosas para verlas mejor e intentar no tropezar con ellas. ¿Es esto una poética?
No hay comentarios:
Publicar un comentario