66 VERSOS EN LA CIUDAD SITIADA
(UN POEMA DE RIKARDO ARREGI)
Cuando atravieso sin prisa las calles y plazas de Gasteiz
yendo, como cada día, camino del trabajo o a ver a los amigos,
pienso, sobresaltado de repente,
que hacer esto mismo allí
resulta ciertamente peligroso muchos días,
y con la vista hacia lo alto de las casas calculo,
la mirada fría y el ánimo en suspenso,
qué lugar elegiría el francotirador,
por dónde llegará la bala
que tornará mi cabeza en flor negra de sangre,
porque esa plaza demasiado ancha resulta sospechosa. Esa calle.
El parque rodeado de edificios altos.
He oído que en los parques de Sarajevo
ya no hay árboles,
porque los habitantes los han cortado para calentar sus casas,
y pienso, sobresaltado de repente,
que no tengo en mi casa un lugar apropiado para hacer fuego.
Mi calle además está llena de edificios oficiales,
y dado que las oficinas gubernamentales suelen ser importantes
en tiempo de guerra,
pienso, sobresaltado de repente,
que quizá mi calle se haya convertido en zona de conflicto
y puede que esté ya destruida
mi casa en Sarajevo.
¿Cómo se las arregla el que soy yo en Sarajevo?
¿Va aún a trabajar, por ejemplo? ¿O acaso
hace tiempo ya que todas esas vulgares costumbres desaparecieron?
Y pienso, sobresaltado de repente,
que seguramente las escuelas estarán cerradas,
y que la mía, además, está al otro lado del ferrocarril, cerca de estación,
y que los ferrocarriles y estaciones son, al parecer, cosas que se deben controlar
en tiempo de guerra.
Aguardar largo tiempo cartas que no llegan
y poder escribir otras nuevas.
¿Cómo hago la compra en Sarajevo?
Desde que un kilo de patatas cuesta diez marcos
me paso horas haciendo sumas y restas
pero los resultados siempre tienen hambre.
Y pienso, sobresaltado de repente,
que el hambre, el frío, el terror, las colas, la mala suerte
son costumbres demasiado vulgares
en tiempo de guerra.
La ciudad está ya dividida,
son heridas las fronteras interiores
y esa sangre no es una metáfora,
más allá de las vías los enemigos amigos,
a este lado del puente los amigos enemigos.
¿De qué suerte me he adaptado a la situación que me ha tocado en suerte?
Y pienso, sobresaltado de repente,
que mi madre vive en el Oeste y yo en el centro
y que los dos barrios, también el de mi hermano, pueden estar más alejados
en tiempo de guerra,
y que tales divisiones son imprevistas, y crueles,
si estoy aquí es porque esa noche me quedé a cenar en tu casa.
No faltan en los alrededores de Gasteiz
lugares apropiados para situar la artillería;
quizá Zaldiaran o los montes de Vitoria
no sean tan espectaculares como el monte Ilidza,
pero las bombas lanzadas desde allí pueden hacer un buen trabajo.
Y después echarse a andar carretera adelante, con el equipaje a cuestas,
ciudadanos sin ciudad,
si es verano bajo el bochorno, si es invierno sobre el hielo,
perdidos por caminos que no llevan a ningún lado,
en busca de un amparo que no existe en ningún lugar.
La cuestión es seguir vivo hasta que se firmen los acuerdos de paz.
Que no escriba otro 6 el diablo.
(UN POEMA DE RIKARDO ARREGI)
Cuando atravieso sin prisa las calles y plazas de Gasteiz
yendo, como cada día, camino del trabajo o a ver a los amigos,
pienso, sobresaltado de repente,
que hacer esto mismo allí
resulta ciertamente peligroso muchos días,
y con la vista hacia lo alto de las casas calculo,
la mirada fría y el ánimo en suspenso,
qué lugar elegiría el francotirador,
por dónde llegará la bala
que tornará mi cabeza en flor negra de sangre,
porque esa plaza demasiado ancha resulta sospechosa. Esa calle.
El parque rodeado de edificios altos.
He oído que en los parques de Sarajevo
ya no hay árboles,
porque los habitantes los han cortado para calentar sus casas,
y pienso, sobresaltado de repente,
que no tengo en mi casa un lugar apropiado para hacer fuego.
Mi calle además está llena de edificios oficiales,
y dado que las oficinas gubernamentales suelen ser importantes
en tiempo de guerra,
pienso, sobresaltado de repente,
que quizá mi calle se haya convertido en zona de conflicto
y puede que esté ya destruida
mi casa en Sarajevo.
¿Cómo se las arregla el que soy yo en Sarajevo?
¿Va aún a trabajar, por ejemplo? ¿O acaso
hace tiempo ya que todas esas vulgares costumbres desaparecieron?
Y pienso, sobresaltado de repente,
que seguramente las escuelas estarán cerradas,
y que la mía, además, está al otro lado del ferrocarril, cerca de estación,
y que los ferrocarriles y estaciones son, al parecer, cosas que se deben controlar
en tiempo de guerra.
Aguardar largo tiempo cartas que no llegan
y poder escribir otras nuevas.
¿Cómo hago la compra en Sarajevo?
Desde que un kilo de patatas cuesta diez marcos
me paso horas haciendo sumas y restas
pero los resultados siempre tienen hambre.
Y pienso, sobresaltado de repente,
que el hambre, el frío, el terror, las colas, la mala suerte
son costumbres demasiado vulgares
en tiempo de guerra.
La ciudad está ya dividida,
son heridas las fronteras interiores
y esa sangre no es una metáfora,
más allá de las vías los enemigos amigos,
a este lado del puente los amigos enemigos.
¿De qué suerte me he adaptado a la situación que me ha tocado en suerte?
Y pienso, sobresaltado de repente,
que mi madre vive en el Oeste y yo en el centro
y que los dos barrios, también el de mi hermano, pueden estar más alejados
en tiempo de guerra,
y que tales divisiones son imprevistas, y crueles,
si estoy aquí es porque esa noche me quedé a cenar en tu casa.
No faltan en los alrededores de Gasteiz
lugares apropiados para situar la artillería;
quizá Zaldiaran o los montes de Vitoria
no sean tan espectaculares como el monte Ilidza,
pero las bombas lanzadas desde allí pueden hacer un buen trabajo.
Y después echarse a andar carretera adelante, con el equipaje a cuestas,
ciudadanos sin ciudad,
si es verano bajo el bochorno, si es invierno sobre el hielo,
perdidos por caminos que no llevan a ningún lado,
en busca de un amparo que no existe en ningún lugar.
La cuestión es seguir vivo hasta que se firmen los acuerdos de paz.
Que no escriba otro 6 el diablo.
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