lunes, 6 de febrero de 2017

Preposiciones


PREPOSICIONES
 
   La década que inauguró este tiempo digital ha emplazado en sitio visible a una generación de voces emergentes que llega al espacio poético sin quiebras ni estridencias, con el paso de un quehacer que busca con firmeza un lugar propio. A esa foto de grupo pertenece Jesús Jiménez Domínguez (Zaragoza, 1970), autor de los poemarios Fundido en negro, carta de presentación reconocida con el Premio Hermanos Argensola, y Frecuencias, que consiguió en 2011 el Premio Ciudad de Burgos. Ambas entregas consolidan una creación seleccionada en varias antologías nacionales y muestran el trazado natural de una senda que ahora completa Contra las cosas redondas.
 
   Jesús Jiménez Domínguez sorprende al lector con una sugerente organización preposicional. Los nexos “Ante”, “Cabe” “Bajo”… sirven como etiquetas de los apartados, precisan la íntima cartografía del sujeto verbal y sus desplegadas conexiones con el entorno. Se elige la voz directa del sujeto implicado al enumerar las propias credenciales: “Me gusta, cada mañana, abrir la ventana de par / en par como una postal hecha de papel de arroz./ Bajar al mundo y hallar que todo está en su sitio: / la invitación de los caminos, el verdor de los semáforos, / el escarabajo que hace rodar el sol por la montaña, / la fruta dentro de sus fundas nuevas, en todas partes la luz.“
   Los versos iniciales trasmiten un tono de celebración vital, expresado por medio de imágenes de claridad y amanecida; el despertar en una ventana de descubrimientos que renueva la voluntad vital y el afán de vivir. Casi sobrevuela la idea guilleniana de un universo pleno de arquitectura y simetrías, aunque Jesús Jiménez Domínguez despoja esa sensación de aspiraciones trascendentes. En cambio, sí se hace modelo para la voluntad de ser del poeta y para que el canto verbal se convierta en una disposición afectiva y testimonial sobre la realidad. Leemos en “Café solo”: “Dios hizo el mundo y lo hizo con premura, / pero los poetas, sin moverse de sus casas/ inflamados, coronados por lenguas de fuego, / gritando de soledad y frío en la madrugada / lo mantienen en funcionamiento“. Así se escribe una nueva poética que justifica la terquedad insomne de los versos entre la épica y la ironía. 
 
   La meditación sobre el trayecto diario ofrece un balance de gestos olvidados; de ese ideario participa el poema “Rimbaud regresa a casa”. Quien retorna al pasado no es el protagonista de ninguna hazaña sino el portador de un colmado equipaje hecho de cansancio y desaliento. Al cabo, en la consumación de lo cotidiano nada sucede, salvo lo contingente. Todo parece inmerso en la quietud de una larga espera, como si fuese inminente un cambio, una mudanza, que está ahí, inadvertida, bajo el amparo del silencio.
 
   El campo visual despliega situaciones y formas, asimetrías y cosas redondas, y ellas son los elementos que acuden al poema, como si las palabras pretendiesen descubrir el orden natural que oculta su epidermis, como si la poesía fuese capaz de convertir en sedimento perdurable el vitalismo ensimismado del tiempo.
 
 JOSÉ LUIS MORANTE
10/01/2017

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