PREPOSICIONES
La década que inauguró este tiempo digital ha emplazado en sitio visible
a una generación de voces emergentes que llega al espacio poético sin quiebras
ni estridencias, con el paso de un quehacer que busca con firmeza un
lugar propio. A esa foto de grupo pertenece Jesús Jiménez Domínguez (Zaragoza,
1970), autor de los poemarios Fundido en
negro, carta de presentación reconocida con el Premio Hermanos Argensola, y
Frecuencias, que consiguió en 2011 el
Premio Ciudad de Burgos. Ambas entregas consolidan una creación seleccionada en
varias antologías nacionales y muestran el trazado natural de una senda que ahora
completa Contra las cosas redondas.
Jesús Jiménez Domínguez sorprende al lector con una sugerente
organización preposicional. Los nexos “Ante”, “Cabe” “Bajo”… sirven como
etiquetas de los apartados, precisan la íntima cartografía del sujeto
verbal y sus desplegadas conexiones con el entorno. Se elige la voz directa del
sujeto implicado al enumerar las propias credenciales: “Me gusta, cada mañana,
abrir la ventana de par / en par como una postal hecha de papel de arroz./
Bajar al mundo y hallar que todo está en su sitio: / la invitación de los
caminos, el verdor de los semáforos, / el escarabajo que hace rodar el sol por
la montaña, / la fruta dentro de sus fundas nuevas, en todas partes la luz.“
Los versos iniciales trasmiten un
tono de celebración vital, expresado por medio de imágenes de claridad y
amanecida; el despertar en una ventana de descubrimientos que renueva la
voluntad vital y el afán de vivir. Casi sobrevuela la idea guilleniana de un
universo pleno de arquitectura y simetrías, aunque Jesús Jiménez Domínguez
despoja esa sensación de aspiraciones trascendentes. En cambio, sí se hace
modelo para la voluntad de ser del poeta y para que el canto verbal se
convierta en una disposición afectiva y testimonial sobre la realidad. Leemos
en “Café solo”: “Dios hizo el mundo y lo hizo con premura, / pero los poetas,
sin moverse de sus casas/ inflamados, coronados por lenguas de fuego, /
gritando de soledad y frío en la madrugada / lo mantienen en funcionamiento“.
Así se escribe una nueva poética que justifica la terquedad insomne de los
versos entre la épica y la ironía.
La meditación sobre el trayecto diario ofrece un balance de gestos
olvidados; de ese ideario participa el poema “Rimbaud regresa a casa”. Quien
retorna al pasado no es el protagonista de ninguna hazaña sino el portador de un
colmado equipaje hecho de cansancio y desaliento. Al cabo, en la consumación de
lo cotidiano nada sucede, salvo lo contingente. Todo parece inmerso en la
quietud de una larga espera, como si fuese inminente un cambio, una mudanza,
que está ahí, inadvertida, bajo el amparo del silencio.
El campo visual despliega situaciones y formas, asimetrías y cosas
redondas, y ellas son los elementos que acuden al poema, como si las palabras
pretendiesen descubrir el orden natural que oculta su epidermis, como si la
poesía fuese capaz de convertir en sedimento perdurable el vitalismo
ensimismado del tiempo.
JOSÉ LUIS MORANTE
10/01/2017
No hay comentarios:
Publicar un comentario