En la buena literatura, en la buena
poesía abundan más las preguntas que las respuestas. Cualquier obra, si
posee aspiraciones de trascender la realidad, debe plantear al lector
dudas, incógnitas, incertidumbres sobre el entorno, sobre la esencia del
ser; de lo contrario corre el riego de convertirse en un manual de
instrucciones o en uno de esos patéticos libros de autoayuda que tanto
proliferan en la actualidad. Por ir directo al grano, Contra las cosas redondas,
el nuevo libro de Jesús Jiménez Domínguez, está plagado de
interrogaciones que surgen en los versos no de forma premeditada, sino
como consecuencia de la posición que el poeta adopta frente a esa
realidad en la que se quiere profundizar, quizá con la metodología del
arqueólogo, palmo a palmo, marcando catas de sondeo, de conocimiento. El
lugar que elige Jiménez Domínguez resultará incómodo para
quien no esté dispuesto a dejarse seducir por la extrañeza de las
prospecciones y por la extraterritorialidad de quien las realiza, un ser
capaz de mirar el mundo desde las afueras, con la suficiente cordura
como para traspasar unos límites invisibles, los de la historia, sí,
pero también los de sí mismo. Esa mirada produce, forzando, retorciendo
la cotidianidad, innumerables tropos que seducen por su originalidad de
forma natural, sin necesidad de violentar el idioma, como ocurre tan
frecuentemente. Veamos un ejemplo: «Dos cuervos, abrochados a las
cabezas/ los cucuruchos del pico se calzan/ las alas reglamentarias y
acuden a investigarlo». Con el poder de su imaginación, Jesús Jiménez
Domínguez nos invita a internarnos en una escena que parece
representarse por primera vez, una escena que el espectador debe
contemplar sin el lastre de la tradición. Evidentemente, y ya se ha
señalado previamente, la perspicacia del autor le dispensa de caer en
excesos barrocos a la hora de construir analogías eficaces. Se guarda un
especial cuidado por mantener cierta austeridad en la construcción del
verso; las paradojas, la magia de las asociaciones o los juegos de
palabras son fruto de un proceso de intelectualización que tiene lugar
en la propia escritura; no provienen, creemos, de un rapto inspirado o
de una fuente divina. Pierre Réverdy decía que «Cuanto más distantes y
justas sean las relaciones entre dos realidades reunidas entre sí, más
poderosa será la imagen y más emotiva resultará la realidad poética».
Jesús Jiménez Domínguez demuestra fidelidad a este precepto cuando
escribe versos como estos: «En esta bolsa de viaje, madre, guardaste/ lo
necesario: una mente, un estómago y un sexo». Esa precisión, no exenta
de crudeza, nos recuerda algunos versos de Touch, el penúltimo
libro de Henri Cole, en el que el autor analiza la relación con su madre
mientras la observa en la mesa de disección. Por otra parte, quien
busque alguna moraleja tendrá que vérselas con sus propias pretensiones,
que no tienen por qué coincidir con las intenciones del autor.
Contra las cosas redondas
contiene un repudio alegórico del concepto de esfera como perfección
universal, simétrica y ambivalente (recordemos el concepto de la
“armonía de las esferas”, el movimiento armónico de los planetas en el
cosmos o la descripción que hace Dante del cielo como un conjunto de
esferas). Las cosas que nos rodean no siempre son bellas y perfectas,
antes al contrario. En el poema del mismo título, Jesús Jiménez
Domínguez lo expresa de forma manifiesta: «Me niego en redondo a aceptar
tales desplantes./ Ante las formas esféricas opongo las cosas
informes./ Elijo las imperfectas, las imprecisas, las irregulares./
Aquellas llenas de taras, de abolladuras o de dobleces./ Hermosas y
singulares, sin plegarse a ningún centro,/ solo ellas permanecen y nos
acompañan siempre».
Podemos encuadrar la poesía de nuestro
autor dentro de la llamada poesía del pensamiento, aunque, como ocurre
cuando leemos a autores como Eliot, percibimos un desdoblamiento del yo
en diferentes personajes. El yo que asoma entre rendijas no es un yo
ensimismado sino un yo que dialoga desde diferentes puntos de vista con
sus distintos yoes —el poeta trata de ocultarse en otros personajes— y
con el mundo que le rodea, incluso con ciertas dosis de ironía, acaso
porque el hombre moderno, como decía Octavio Paz, «asume el disfraz para
combatir un estado de temor y precariedad cuyos orígenes son el exceso
de cultura histórica y la afirmación del saber científico como forma
espiritual hegemónica». El mundo caótico y en desorden en el que vivimos
entra en conflicto con ese mundo en el que está «Todo en completo
orden, perfectamente dispuesto/ como en el comienzo de una partida de
ajedrez» del primer poema del libro, un mundo que los poetas van
desvelando mientras esperan «que hiervan […] las palabras». La poesía es
un hervidero, «la alumna aventajada de la Luz», «una mitad del corazón
[que] convierte/ en tinta la sangre que la otra mitad
le entregó». Desde el romanticismo se ha intentando convencer al lector
de que no necesita más información sobre el autor que la que proviene de
la propia obra porque, de lo contrario, la comprensión de dicha obra
quedaría alterada por ese conocimiento externo. Algunas de las más
afamadas teorías estéticas contemporáneas abundan en ese planteamiento;
sin embargo, nosotros pensamos que, huyendo de los maximalismos, ciertas
circunstancias vitales benefician la comprensión de la obra. Nos parece
razonable separar a la persona de su obra, pero no podemos dejar de
preguntarnos si ésta se ha mantenido impermeable a dicho contacto. En el
caso de Jesús Jiménez Domínguez es muy posible que su profesión tenga
algo que ver con esa bifurcación que sufre la identidad en algunos
momentos de este libro, como ocurre en el poema «Vida en el espejo»: «Mi
otro yo sale a la calle paralela de la irrealidad en su cuidad de
azogue». Recordemos que en la catóptrica, o ciencia de los espejos
barroca, la mirada era capaz de crear reinos imaginarios que atrapaban
con en su laberíntica red al espectador. Acaso Jesús Jiménez Domínguez
se haya dejado atrapar en más de una ocasión por los sucesos de esos
reinos fabulosos y de sus revelaciones provengan versos tan seductores e
inquietantes como estos: «Las frutas, dispuestas en los mercados como
los santos/ de un retablo románico, parecían querer decirnos algo:/
huesos envueltos en rojo papel de charol, en cuero/ verde y amarillo, en
grueso terciopelo beige». En Contra las cosas redondas los
versos —de marcado carácter narrativo, pero con un amplio abanico de
posibilidades rítmicas, cercanos en algunos casos a la prosodia
homérica— lejos de ser un instrumento al servicio de la realidad, nos
vinculan con esos mundos paralelos que persisten en nuestra mente a
pesar de la rudimentaria prevalencia de sensatez. La hondura de la
visión que ofrecen, la variedad de las partes del libro que,
paradójicamente, contribuyen a su unidad, la yuxtaposición de tiempos y
espacios, la alternancia de puntos de vista, la flexibilidad lingüística
son razones más que sobradas para considerar este libro como uno de los
más interesantes hallazgos de la poesía reciente.
CARLOS ALCORTA
Carlos Alcorta - Literatura y Arte
13-09-2016
Carlos Alcorta - Literatura y Arte
13-09-2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario