lunes, 19 de septiembre de 2016

Carlos Alcorta escribe acerca de "Contra las cosas redondas"


En la buena literatura, en la buena poesía abundan más las preguntas que las respuestas. Cualquier obra, si posee aspiraciones de trascender la realidad, debe plantear al lector dudas, incógnitas, incertidumbres sobre el entorno, sobre la esencia del ser; de lo contrario corre el riego de convertirse en un manual de instrucciones o en uno de esos patéticos libros de autoayuda que tanto proliferan en la actualidad. Por ir directo al grano, Contra las cosas redondas, el nuevo libro de Jesús Jiménez Domínguez, está plagado de interrogaciones que surgen en los versos no de forma premeditada, sino como consecuencia de la posición que el poeta adopta frente a esa realidad en la que se quiere profundizar, quizá con la metodología del arqueólogo, palmo a palmo, marcando catas de sondeo, de conocimiento. El lugar que elige Jiménez Domínguez resultará incómodo para quien no esté dispuesto a dejarse seducir por la extrañeza de las prospecciones y por la extraterritorialidad de quien las realiza, un ser capaz de mirar el mundo desde las afueras, con la suficiente cordura como para traspasar unos límites invisibles, los de la historia, sí, pero también los de sí mismo. Esa mirada produce, forzando, retorciendo la cotidianidad, innumerables tropos que seducen por su originalidad de forma natural, sin necesidad de violentar el idioma, como ocurre tan frecuentemente. Veamos un ejemplo: «Dos cuervos, abrochados a las cabezas/ los cucuruchos del pico se calzan/ las alas reglamentarias y acuden a investigarlo». Con el poder de su imaginación, Jesús Jiménez Domínguez nos invita a internarnos en una escena que parece representarse por primera vez, una escena que el espectador debe contemplar sin el lastre de la tradición. Evidentemente, y ya se ha señalado previamente, la perspicacia del autor le dispensa de caer en excesos barrocos a la hora de construir analogías eficaces. Se guarda un especial cuidado por mantener cierta austeridad en la construcción del verso; las paradojas, la magia de las asociaciones o los juegos de palabras son fruto de un proceso de intelectualización que tiene lugar en la propia escritura; no provienen, creemos, de un rapto inspirado o de una fuente divina. Pierre Réverdy decía que «Cuanto más distantes y justas sean las relaciones entre dos realidades reunidas entre sí, más poderosa será la imagen y más emotiva resultará la realidad poética». Jesús Jiménez Domínguez demuestra fidelidad a este precepto cuando escribe versos como estos: «En esta bolsa de viaje, madre, guardaste/ lo necesario: una mente, un estómago y un sexo». Esa precisión, no exenta de crudeza, nos recuerda algunos versos de Touch, el penúltimo libro de Henri Cole, en el que el autor analiza la relación con su madre mientras la observa en la mesa de disección. Por otra parte, quien busque alguna moraleja tendrá que vérselas con sus propias pretensiones, que no tienen por qué coincidir con las intenciones del autor.

Contra las cosas redondas contiene un repudio alegórico del concepto de esfera como perfección universal, simétrica y ambivalente (recordemos el concepto de la “armonía de las esferas”, el movimiento armónico de los planetas en el cosmos o la descripción que hace Dante del cielo como un conjunto de esferas). Las cosas que nos rodean no siempre son bellas y perfectas, antes al contrario. En el poema del mismo título, Jesús Jiménez Domínguez lo expresa de forma manifiesta: «Me niego en redondo a aceptar tales desplantes./ Ante las formas esféricas opongo las cosas informes./ Elijo las imperfectas, las imprecisas, las irregulares./ Aquellas llenas de taras, de abolladuras o de dobleces./ Hermosas y singulares, sin plegarse a ningún centro,/ solo ellas permanecen y nos acompañan siempre».

Podemos encuadrar la poesía de nuestro autor dentro de la llamada poesía del pensamiento, aunque, como ocurre cuando leemos a autores como Eliot, percibimos un desdoblamiento del yo en diferentes personajes. El yo que asoma entre rendijas no es un yo ensimismado sino un yo que dialoga desde diferentes puntos de vista con sus distintos yoes —el poeta trata de ocultarse en otros personajes— y con el mundo que le rodea, incluso con ciertas dosis de ironía, acaso porque el hombre moderno, como decía Octavio Paz, «asume el disfraz para combatir un estado de temor y precariedad cuyos orígenes son el exceso de cultura histórica y la afirmación del saber científico como forma espiritual hegemónica». El mundo caótico y en desorden en el que vivimos entra en conflicto con ese mundo en el que está «Todo en completo orden, perfectamente dispuesto/ como en el comienzo de una partida de ajedrez» del primer poema del libro, un mundo que los poetas van desvelando mientras esperan «que hiervan […] las palabras». La poesía es un hervidero, «la alumna aventajada de la Luz», «una mitad del corazón [que] convierte/ en tinta la sangre que la otra mitad le entregó». Desde el romanticismo se ha intentando convencer al lector de que no necesita más información sobre el autor que la que proviene de la propia obra porque, de lo contrario, la comprensión de dicha obra quedaría alterada por ese conocimiento externo. Algunas de las más afamadas teorías estéticas contemporáneas abundan en ese planteamiento; sin embargo, nosotros pensamos que, huyendo de los maximalismos, ciertas circunstancias vitales benefician la comprensión de la obra. Nos parece razonable separar a la persona de su obra, pero no podemos dejar de preguntarnos si ésta se ha mantenido impermeable a dicho contacto. En el caso de Jesús Jiménez Domínguez es muy posible que su profesión tenga algo que ver con esa bifurcación que sufre la identidad en algunos momentos de este libro, como ocurre en el poema «Vida en el espejo»: «Mi otro yo sale a la calle paralela de la irrealidad en su cuidad de azogue». Recordemos que en la catóptrica, o ciencia de los espejos barroca, la mirada era capaz de crear reinos imaginarios que atrapaban con en su laberíntica red al espectador. Acaso Jesús Jiménez Domínguez se haya dejado atrapar en más de una ocasión por los sucesos de esos reinos fabulosos y de sus revelaciones provengan versos tan seductores e inquietantes como estos: «Las frutas, dispuestas en los mercados como los santos/ de un retablo románico, parecían querer decirnos algo:/ huesos envueltos en rojo papel de charol, en cuero/ verde y amarillo, en grueso terciopelo beige». En Contra las cosas redondas los versos —de marcado carácter narrativo, pero con un amplio abanico de posibilidades rítmicas, cercanos en algunos casos a la prosodia homérica— lejos de ser un instrumento al servicio de la realidad, nos vinculan con esos mundos paralelos que persisten en nuestra mente a pesar de la rudimentaria prevalencia de sensatez. La hondura de la visión que ofrecen, la variedad de las partes del libro que, paradójicamente, contribuyen a su unidad, la yuxtaposición de tiempos y espacios, la alternancia de puntos de vista, la flexibilidad lingüística son razones más que sobradas para considerar este libro como uno de los más interesantes hallazgos de la poesía reciente.

CARLOS ALCORTA
Carlos Alcorta - Literatura y Arte
13-09-2016

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