Tras Fundido en negro (Premio Hermanos Argensola, en la desaparecida DVD Ediciones, 2007) y Frecuencias (Premio Ciudad de Burgos, Visor, 2012), el zaragozano Jesús Jiménez Domínguez publica Contra las cosas redondas.
En mi opinión, y quien me conozca sabrá que solo suelo ocuparme de lo
que merece la pena, se trata de uno de los libros de poesía española más
destacables en lo que va de año. Con un verso que rehúye lo enfático
pero que fluye armónico (más algún estupendo texto en prosa), Jiménez
Domínguez consigue un equilibrio difícil de alcanzar y muy natural,
valga la paradoja, cuando se nos ofrece, como la belleza desnuda: esta
lírica entre narración y epifanía, entre observación e imaginación, que
emociona y se dirige también a la inteligencia. No hay aquí
irracionalismo sino apertura a la realidad distinta que es la poesía.
Las composiciones excelentes son muchas, y recorren lugares, museos,
hoteles; se ocupan de Rimbaud o Byron;
tratan de los padres, de la muerte, de la preservación de la vida
mediante el arte. Hay incluso un bellísimo y delicado pastiche oriental,
“Consejos para la extracción y conservación de sombras a partir de los
más variados objetos” –con gotas de esencias de Borges, Foxá, Gray o Pérez Estrada, que cada cual encuentre aromas según sus afinidades–.
En “Helada”, el poeta disecciona la vida y la escritura, subrayando lo paradójico de ambas: “Incluso
aquí dentro, al amparo tibio de la piel, / la vida es una rara
expedición repleta de burocracia: / la sangre del ventrículo izquierdo,
en misión secreta, / a escondidas siempre de la luz, debe dar la vuelta
al cuerpo / para alcanzar, aquí al lado, el lejano ventrílocuo opuesto. /
La poesía: una mitad del corazón convierte / en tinta la sangre que la
otra mitad le envió.”
Otros poemas destacables son “El
escriba sentado”, “Campo visual”, “Desguace”, “La caída en desgracia”,
“Interrogatorio”, “Efectos y causas”, “Bodegón” (al que sigue un más
débil e igualmente pictórico “La lección de anatomía del Dr. Nicolaes
Tulp”)… A menudo Jiménez Domínguez engasta frases lapidarias,
certerísimas, en sus versos, como sucede en “La máquina del tiempo”: “Memoria, eres el trasto sin garantía que la nostalgia / nos vendió en la feria de los milagros y no funcionas bien.”
También sabe manejar el humor irreverente, sin perder exactitud y
exigencia aunque la fórmula sea manida y ya saqueada por otros: “Poesía, no soy digno de que entres en mi página, / pero una metáfora tuya bastará para sanarme.”
En el poema cuyo título adopta Contra las cosas redondas
hay una declaración de principios, en prosaica confesión de tener los
pies en el suelo frente a la consabida música de las esferas y
sublimidades varias que en algunos poetas, a fuerza de repetirlas,
resultan ser de garrafón. Este canto a lo imperfecto constituye el lema
del libro: “Ante las formas esféricas opongo las cosas informes. / Elijo las imperfectas, las imprecisas, las irregulares. / Aquellas llenas de taras, de
abolladuras o de dobleces. / Hermosas y singulares, sin plegarse a
ningún centro, / solo ellas permanecen y nos acompañan siempre.”
Con poemas en general de mediana
extensión con tendencia al alejandrino o a versos largos con cesura (a
los que la faja de la tipografía disimula) y en los que cabe el asombro,
la brillantez expresiva, las imágenes y metáforas poderosas, Jiménez
Domínguez ha reunido treinta y cinco poemas bajo la marcada arquitectura
de cinco partes, con siete poemas cada una, a las que dan nombre las
preposiciones “ante”, “bajo”, cabe”, “con”, “contra”. Utilizando la
última de la serie, que aquí no aparece, “tras” la cubierta de este pequeño volumen hay no pocas páginas dignas de recomendación.
ANTONIO RIVERO TARAVILLO
Estado Crítico, 11/07/2016
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