Nacho
Tajahuerce Sanz
El rostro del mundo
Baile del
Sol, Tenerife, 2014
BRISA QUE RECORRE EL MUNDO
Hay
libros comprometidos por un mundo más justo y habitable y libros íntimamente ligados
a la esencia misma del ser humano. Ambas clases de libros son necesarias en
poesía. En El rostro del mundo (Baile
del Sol, 2014), el último poemario de Nacho Tajahuerce, estas dos
sensibilidades parecen convivir sin necesidad de solaparse ni de darse codazos:
el libro del compromiso social no estorba ni predomina sobre el libro de la
intimidad. Se suceden, se dan la mano, se complementan. En esto, el poeta
parece conciliar dos grandes tendencias, en otro tiempo enfrentadas, de la
poesía española: la de los autores adscritos al canon figurativo y la de aquellos
otros ubicados en un territorio metafísico de confusa acotación.
Y es
que, por una parte, como Aristóteles, también Tajahuerce sostiene que el ser
humano es un zóon politikon (es
decir, un animal político) y, por tanto, toda expresión cultural no escaparía a
esta idea de que cualquier actividad humana está ligada a una concepción
política. Esto, sin duda, suscita una doble pregunta, que el propio autor
parece poner sobre la palestra de una manera muy sutil en El rostro del mundo: ¿Qué cometido se le otorga a la poesía
contemporánea en esta realidad globalizada que es el siglo XXI? Y en
consecuencia, ¿qué papel podrá desempeñar el compromiso en un mundo que no
parece capaz de proponer modelos políticos, socio-económicos e ideológicos como
alternativas al neoliberalismo capitalista?
Que
Nacho Tajahuerce sea un autor comprometido y conocedor de su responsabilidad civil
y artística no está reñido con ser consciente de las limitaciones que la
palabra padece para incidir de forma efectiva en la sociedad a la que uno pertenece:
“las palabras han perdido todo su significado,/ como los amigos inservibles, /
como los rayos de sol al atardecer”. Pero también sabe que la exigencia formal
va en detrimento de una estética comunicable que supedita ese “arma cargada de
futuro” a un lenguaje sencillo y a un tono coloquial.
Aunque su
voz poética no aspira a vivir en los pronombres ni a convertirse en altavoz de
quienes padecen las injusticias sociales, el sujeto que está detrás del
discurso acepta dirigirse a la segunda persona del singular para que el mensaje
sea lo más directo posible, pero siempre dando cuenta de una realidad inestable
de la que él también forma parte: “La solución/ disimula detrás de ti./ Lástima
que no tengas ojos/ en la nuca”.
Dicho
todo lo anterior, resulta obvio que Nacho Tajahuerce valora la poesía como un
discurso útil y que esa utilidad se entiende desde unos términos de realismo y
verosimilitud: según él, la poesía es necesaria sólo si guarda relación con la
vida corriente de un mundo contemporáneo. Por eso, la utilidad de su poesía es
más una utilidad ética que política.
En
ocasiones, parece que el autor trata de eliminar las barreras entre lo público
y lo privado, lo que a su vez implica diluir aquella falsa dicotomía entre “pureza”
y compromiso. La evidencia de que toda poesía refleja el tiempo en que fue
escrita pone de relieve la oposición artificial entre una estética
incontaminada por el mundo y otra atenta a la pulsación cotidiana.
Pese a
que Nacho Tajahuerce es consciente de que el mundo no se puede reinaugurar,
sigue confiando en el impulso transformador que supone todo acto creativo. Es
la suya, en consecuencia, una poesía abiertamente realista y enraizada en la
ética, una poesía desde y para la vida.
Tajahuerce
es una suerte de flâneur posmoderno,
un personaje que transita por un mundo contemporáneo lleno de paradojas y
sinsentidos: el ser humano como ente social pero que vive en soledad, que busca
la cara esperanzadora del progreso pero encuentra la cruz amarga de la
marginación. Ante este panorama desalentador, Tajahuerce emplea su mejor arma:
la ironía, esa forma distinguida del humor que mejor sortea cualquier atisbo de
patetismo. Nacho Tajahuerce sabe bien que el desenmascaramiento retórico es un
proceso ineludible para conseguir el desenmascaramiento ideológico. Por ello, ataca,
desde dentro del poema, los sistemas de representación del poder y asume que la
transparencia de la lengua es la mejor estrategia combativa.
Existe
una dicotomía retórica en su poesía, como antes señalaba: una vía de corte
realista que inaugura el libro y otra de ascendencia simbolista, presente en la
segunda parte, donde se esgrime un patrón estético fundamentado en el
adelgazamiento o en la práctica desaparición de la anécdota: “Somos la brisa
que recorre el mundo”.
La
desmitificación del arquetipo de poeta es una de las mejores bazas del autor
para conseguir esa pátina de “normalidad” en el desarrollo de la actividad
poética, como bien refleja este verso sentencioso: “Fermín Cacho fue el mejor
poeta de finales del siglo XX”. Es decir, el poeta como un atleta de fondo que
practica la soledad para muscular el pensamiento.
Resulta
evidente que, para el autor, el compromiso ya no sirve de soporte para un yo
heroico, sino que se traslada hacia el personaje común y, en ocasiones, incluso
marginal: el hombre de la calle acomoda su máscara rutinaria al rostro del
autor (que termina por ser el rostro del mundo), cronista objetivo de las
desigualdades e injusticias actuales.
Nacho Tajahuerce,
en resumen, concibe el poema como una herramienta susceptible de transformar la
realidad que presenta. Esa utilidad resulta el elemento mediador entre la
historia y las historias (es decir, entre la Historia con mayúsculas y la
intrahistoria o acontecer cotidiano). Poesía como instrumento de protesta ante
la pasividad y la injusticia sociales. Poesía como territorio donde atreverse
con los conflictos colectivos o reivindicar las utopías comunitarias. Y
también, dentro de esa posmodernidad en la que se inscribe El rostro del mundo, poesía como expresión del desengaño derivado
de la incapacidad del lenguaje, el discurso o la mirada para dotar de
coherencia al mundo. Pero también poesía, al fin y al cabo, como la mejor
manera (y la más hermosa) para intentarlo.
Jesús Jiménez Domínguez
[Revista Clarín, nº 114, págs. 66-67]
Me apunto a este poeta.
ResponderEliminarGracias Jesús.