Cuentan que la primera vez que el escritor José Régio, impulsor e ideólogo del segundo modernismo portugués,
tenía pensado encontrarse con Fernando Pessoa, éste apareció, como de
costumbre, con algunas horas de retraso, declarando ser Álvaro de Campos y
disculpando a Pessoa por no haber podido acudir a la cita. Es bien sabido que
Pessoa llegó a fabricarse nada menos
que setenta y dos heterónimos a lo largo de su vida; pero quizás Ophélia
Queiroz, quien en algún momento mantuvo una relación amorosa con alguno de esos
72 Pessoas, le regaló el más significativo: Ferdinand Personne. En francés, el
sustantivo “personne” significa “persona”, pero también, como pronombre
indefinido, «nadie». De alguna manera, el poeta portugués, al haber creado tantísimas
personalidades literarias, había matado al yo o, cuando menos, lo había hecho
desaparecer tragado por la multitud.
Algo así parece haberse propuesto el cubano Dolan Mor con
su sempiterno proyecto poético que ahora, felizmente, se recopila en Poemas míos escritos por otros (Aduana
Vieja, Valencia, 2012). El título es casi un remedo, un guiño o un homenaje a
aquellas versiones en euskera de poesía universal que fue Izkiriaturik aurkitu ditudan ene poemak (Poemas míos que he encontrado ya escritos, Pamiela, 1985) de Joseba
Sarrionandia.
La obra de Dolan Mor parte del subterfugio de la
heteronimia para intentar asaltar diferentes espacios poéticos que tienen en el
enigma de la identidad y en la indagación del lenguaje dos de sus cuestiones
más destacables.
Desde su mismo título, Poemas míos escritos por otros parece
obedecer a la sentencia rimbaudiana de “Yo es otro” y resulta, por extensión,
producto de la fascinación por la máscara autoral, por los juegos especulares
(en Espejo Basho los poemas pueden
leerse como reflejados en el azogue), por la confusión entre realidad y
ficción, por el ocultismo y el esoterismo, por el encriptamiento y el
desentrañamiento del lenguaje.
Si los dos primeros libros de Mor (El plagio de Bosternag y Seda para tu cuello) arremetían contra
un falso malditismo abusando de la amplificación –habitualmente irónica- de
voces miméticas como, por ejemplo, las de Antonin Artaud o Leopoldo María
Panero, los tres siguientes (Nabokov’s
Butterflies, Los poemas clonados de Anny Bould y El libro bipolar) se abren camino hacia
un ciclo más narrativo, donde el teleobjetivo del francotirador paródico se cierne
sobre aquellos que intentan imitar en vano el realismo norteamericano con
raíces en Raymond Carver, Bukowski y la mal asimilada literatura beat.
Por el contrario, La novia de Wittgenstein y El
idiota entre las hierbas inauguran una etapa que denominaríamos “del
lenguaje”. En el primero de esos libros, de evidente calado metapoético, el
autor deja a un lado el recurso de la ironía hacia terceros para indagar en la
propia naturaleza poética. Es un único y larguísimo poema fragmentado de más de
setecientos versos que redunda en pensamientos filosóficos y lingüísticos (a la
sombra están Jakobson, Blanchot, Saussure, Heidegger, Derridá, Barthes o
Aristóteles) y que, finalmente, parece rendirse a la dictadura del silencio, es
decir, a ese último orden totalitario que amortaja al propio lenguaje poético.
El
idiota entre las hierbas, aun siendo quizás el
libro más autobiográfico del autor, conquista nuevas cotas de
experimentación. Dolan Mor termina de arrojar la última palada de tierra sobre
esas leyes aristotélicas que plantean cómo debe ser un poema y qué material es
susceptible de usarse en su construcción. Pero además de romper con los
géneros, Mor acaba con las reglas ortográficas y gramaticales, juega
desenfrenadamente con las aliteraciones (“de labio velosino belo al vino”, “la
venia de venal vamos vejuino”, “labro en liebre la libra de oro”), inventa
nuevos vocablos (“gardeniano”, “clitoral”, “celdanieve”, “trasgueado”), forja
identidades imposibles cercanas a la cosificación o el animismo, altera las
fronteras temporales y especiales, etc. En resumen, un prodigio de libertad y de
valentía en el libre uso de materiales.
En los restantes “libros del lenguaje” (Inversiones, Música Enchiniadis, Espejo
Basho, La motonieve, Bajo los tilos, Cámara doble y La dispersión)
el autor aún parece ir más allá de las posibilidades: los poemas ya no sólo se
leen sino que además se miran.
Asistimos a un despliegue de artefactos poético-visuales donde el grafismo
cobra un sentido extra: grafías árabes, chinas y japonesas conviven con
escrituras especulares y poemas que se leen al revés, de abajo a arriba y de
derecha a izquierda.
Poemas
míos escritos por otros se cierra con El
pabellón dorado, que anuncia una nueva etapa hacia un ciclo “del
pensamiento”. Son poemas más contenidos, más simbólicos, afinados y purificados
por una ligera brisa zen, y donde se alude al destino fatal del ser humano.
Cabe suponer que los siguientes poemarios de Dolan Mor caminarán por esa senda.
Aguardaremos, y espero que no mucho.
Decía el escritor, editor y crítico literario Maurice
Nadeau que “la poesía no necesita de caballeros que busquen cortejarla, sino de
jovenzuelos dispuestos a violarla”. Y esta misma cita que otro outsider, el poeta peruano Mario
Montalbetti, tomó prestada para su revista Nubetonta
como declaración de intenciones, serviría también a nuestro poeta cubano. A
estas alturas el lector ya ha podido percatarse de que Dolan Mor intenta algo
parecido: violar, quebrantar, desordenar (con el mismo orden metódico y
sistemático de cualquier científico) las reglas poéticas desde el lenguaje y la
anonimia. Al fin y al cabo, parece moverle la misma acuciante curiosidad del
niño que destripa su caballito de cartón para ver de qué está hecho su
interior.
En este sentido, Poemas míos escritos por otros tiene
mucho, muchísimo que enseñarnos. Hay ahí un proyecto de obra total tan
ambicioso como brillante. Sin duda, una de las más grandes y arriesgadas
empresas poéticas de este tiempo. Así me parece verlo.
Dolan Mor, Poemas míos escritos por
otros, Valencia, Aduana Vieja, 2012
(reseña publicada en el nº 108 de Turia, pag. 453)