lunes, 25 de marzo de 2013

David Mayor escribe sobre "Frecuencias" en la revista Turia


TEORÍA DE LA REALIDAD

Uno no puede evitar cuando lee poesía hacer que la lectura sea lectura de uno mismo y busca en los textos que tiene delante indagación, reflejo, ser y no ser al mismo tiempo. Y traba con la selección de palabras que el autor ha utilizado un diálogo personal, estableciendo querencias y rechazos, sintonizando frecuencias, marcando los textos como si fueran señales que entran y salen de los libros, alambres que atan y desatan. Leer poesía se convierte en componer el gesto, hacer un autorretrato, acaso convexo, en el que sobran aquellos poemas que a uno le parecen débiles intentos de algo que no reconoce, bien sea por falta de pericia de uno mismo o del poeta. De este modo los libros leídos no corresponden con los libros publicados; deshilachados los poemas por el hambre de leer y las ganas de encontrarse, retales de un traje que defina nuestro estilo y nos abrigue contra el frío, se reeditan encajando con una estructura ajena a la original. Así, la poesía se define como una tentativa más de supervivencia para quien lee, ni más ni menos que un arte de adaptación al entorno. Uno pasa de ser David Mayor 1 antes de la lectura a David Mayor 2 al terminar el primer poema y a David Mayor 3 cuando se encuentra con el primer escollo, pero no termina ahí sino que volverá a ser alguno de los anteriores y continuará hasta otro y otro más y también hasta nadie, que también es hasta sí mismo, continuará con el uso de las máscaras que argumentan su persona.

En esta tesitura de lector, está, obviamente, la que uno ha hecho del tercer libro de Jesús Jiménez Domínguez, Frecuencias, que aquí nos ocupa. El propio ejemplo que acabo de poner, vanidoso sin duda, ustedes perdonen, parte de un poema del libro, a su vez referencia celebérrima: “Panta rhei (Heráclito de Éfeso)”. Pero acaso sean otros los poemas que uno señalaría como muescas de una lectura del que soy: “Tierra de topos” –“¿qué intentáis decirnos en medio de la oscuridad cuando aseguráis/ que aquello mismo que nos ilumina también nos deja ciegos?”- o “La forma de la nieve” –“¿Puedes ver cómo la nieve cae sobre la nieve,/ suplantándola a cada instante?/ También los hombres que fui caen los unos sobre los otros, derrocándose”- o “Los días de Alzheimer de Robert Graves” –“Septiembre se marcha y el verano enrolla su camino./ Me pregunto en qué caseta los guardará qué jardinero”- o “Ezra Pound abre una puerta” –“Aquello que para la oruga es el fin del mundo,/ para el resto del mundo se llama mariposa” (Lao-Tsé)-.

Espero que el autor perdone mi petulancia pública reclamando como propio lo que no es mío del todo, sin embargo la raíz de este libro, el motivo que lo alienta, es establecer sintonías, frecuencias, entre los artefactos lingüísticos que son los poemas escritos y los artefactos emocionales que son los poemas leídos. Relaciones entre las palabras y las emociones de un lector cualquiera –uno el primero de los cualquiera-, alrededor de un poema, una sucesión de poemas, un libro, un objeto, una cosa con la que establecer un diálogo intelectual, un código, otra frecuencia, que nos explique como hombres inscritos, sintonizados, en una realidad.

Porque el valor de este libro va mucho más allá de la tensión personal –diría que eso, precisamente, es lo de menos, por mucho que sea rasgo identitario de cualquier lectura-; su ambición radica en constituirse como una pequeña teoría de la realidad: una explicación fragmentada, al modo presocrático, de la physis. No hay demasiado riesgo en interpretar así el libro, ya que el propio autor lo deja claro en sus citas: “La vida secreta de los átomos” titula la primera parte del libro. Pero toda teoría de la realidad no sólo es física son que también es metafísica –siempre hay un anaquel de más en cualquier biblioteca- y en este sentido proclama el uso de la poesía Jesús Jiménez. Con dos citas nos ha puesto sobre el terreno: “Sólo existen átomos y vacío” (Demócrito) “El resto es literatura” (Paul Valery). Realidad de las cosas y de la literatura, de lo que es y no es al mismo tiempo, de lo que percibimos y de lo que entendemos. Ir más allá del fragmento de realidad que nos corresponde, quedarnos entre los fragmentos, añadir donde no está previsto y buscar la frecuencia necesaria. Eso es lo que hace Jesús Jiménez Domínguez en este libro propio de un autor que ha adquirido una madurez literaria considerable. Un poeta con una voz que consigue que sea nuestra voz.

Indudablemente, Jesús Jiménez tiene un marco de referencias que muestra su afinidad con alguna de las tradiciones más interesantes de la actualidad poética. Hay poetas contemporáneos, maestros, cuya escritura indaga en las cosas que nos rodean yendo más allá de la naturaleza y de la historia y añaden realidad, vida secreta, a la realidad misma, inscribiéndonos al leer en un sentido que no cumple solo con las convenciones del significado sino que nos fuera de lugar, a la intemperie de lo que creíamos conocer. Uno piensa en poetas como Adam Zagajewski o Zbigniew Herbert, por ejemplo, referentes ineludibles en la poesía contemporánea en cualquier lengua. Y hay poetas cuya escritura refleja un estado de carencia previo, esos huecos que siempre dejan las palabras, y se demoran en levantar delicadas arquitecturas hechas de mirada e inteligencia. Eugénio de Andrade, sin duda. Y hay poetas cuya escritura se constituye a partir de una selección de indicios que convierten en inédito su diálogo con el mundo, planteando una realidad en construcción que debe ser nuevamente pensada, sentida, vivida. Hablaríamos de Charles Simic, Mark Strand, Billy Collins, poetas que parten de la veta que abriera con insistencia moderna e imaginista John Ashbery y nos invitan a frecuentar [frecuenciar] las carencias que nos rodean y de que las que participamos, que viven tanto en las palabras y las cosas como entre ellas, al margen de ellas. Porque el sentido, decíamos, no está sujeto a la convención.

“Disponte a percibir las señales secretas/ que las cosas de la tierra emiten para ti. (…) Cruzan ondas de un lado a otro de tus sentidos:/ lograste sintonizar un dial secreto del mundo.// Pero te detienes al borde de esta página/ y hallas una frecuencia en tu interior,/ una transmisión. Un mensaje de ti, atiéndelo./ Es tu corazón paciente: ese traductor,/ ese amanuense, ese oficinista incansable/ poniendo comas veinticuatro horas al día/ a cuanto el asombro profusamente le trae”. Escribe Jesús Jiménez, a partir de ahora es cosa tuya, lector.

DAVID MAYOR
Revista Turia, nº 105-106

No hay comentarios:

Publicar un comentario