lunes, 13 de agosto de 2012

"Frecuencias" en la revista Nayagua


FRECUENCIAS ELEMENTALES

Las cosas del mundo tienen su gracia y su misterio, emiten su secreto y es posible sintonizarlas, encontrar sus frecuencias, su cercanía al corazón. Frecuencias es el tercer libro del poeta zaragozano Jesús Jiménez Domínguez (1970). Le preceden Diario de la anemia y Fermentaciones (Olifante, 2000) y Fundido en negro (DVD, 2007). Este último fue ganador del Premio de Poesía Hermanos Argensola, que en los últimos años ha recaído en poetas nuevos que van creciendo en obra e importancia en el panorama actual: Martín López-Vega, Juan Andrés García Román o Luna Miguel. Con la publicación de algunos de sus textos en Campo abierto: Antología del poema en prosa en España, 1990-2005 y con el premio Hermanos Argensola Jesús Jiménez era hace un lustro un nombre para tener muy en cuenta en la poesía española joven. Con Frecuencias y el premio Ciudad de Burgos Jesús Jiménez se convierte en un poeta grande. Frecuencias se instala en las mejores tradiciones y Jiménez emite con la finura de un gran hacedor de metáforas, de un estricto modelador del verso: poesía de la ebriedad del todo, poesía de la física y de la metafísica y también poesía clara, directa, irónica, y que descree del lenguaje incierto y de sus metáforas antiguas.

Frecuencias es un libro con trama: avanza y retrocede perfilando líneas de contenido en torno a algunas imágenes: los paraguas negros, los árboles y sus derivados, la grieta en la loza, el puente entre la niebla. La sucesión de poemas se organiza en dos partes: “La vida secreta de los átomos” e “Intemperie”. Hay un poema introductorio titulado “Preparativos” en el que la realidad comienza a transmutarse en metáfora, comienza a emitir en “Frecuencias de onda corta”. Y hay un poema “Final” en el que las cosas vuelven a ser las de siempre aunque un poco “más dulces, más dóciles, más blandas”.

Las cosas son protagonistas absolutas de la primera parte, que se abre con una evocación creacionista, buscando la mirada inaugural de Adán, como pensara también hace cien años Vicente Huidobro. Aunque Jiménez prefiere citar al escritor norteamericano Charles Simic, son las Odas elementales de Pablo Neruda o las preocupaciones de Pedro Salinas en sus primeros libros (Fábula y signo y Seguro Azar) lo que se entrevé tras estos versos: el intenso trabajo sobre la metáfora más pura y festiva, la que tiende a la adivinanza, a la presentación naïf y elemental del secreto de las cosas; metáfora, greguería, concepto, creacionismo, adivinanza. A todo esto se añade una tentación muy contemporánea y posmoderna, la de reducir la ciencia a sus poéticos orígenes, a la historia natural, a la literatura didáctica. Y así la mención del Dioscórides y el Lapidario; el poema dedicado a Heráclito con su cientifismo humorístico; y la cita inaugural de Demócrito: “Sólo existen átomos y vacío”. De entre todas las cosas del mundo Jesús Jiménez se atreve con la rosa y hace un poema de amistad o de amor construyendo la rosa más transitiva de la historia, bordeando la rosa del otro Jiménez. Convierte a la piedra pómez –este poema, “Lapis Pumex”, es de mis preferidos– en una metáfora del áspero recuerdo.

La búsqueda de relaciones asombrosas entre el mundo de las cosas y el de los sentimientos se apoya en otro recurso originalísimo en Frecuencias que es el establecimiento de relaciones insólitas entre las familias de palabras: la sombra y la tormenta se relacionan con los adjetivos asombrado y atormentado; las hojas de los libros devoradas por la carcoma son hojaldre; por paronomasia se asocian amor y amortajar; también recrea la vallejiana asociación de nadar y nada; la de niebla y tiniebla; y compone la trascendente derivación de tiempo en intemperie. Trascendente porque, ya se ha dicho, “Intemperie” es el título de la segunda parte del libro, la parte dedicada al paso del tiempo y la muerte.

Poco a poco lo telúrico y lo elemental va dejando paso al poeta que escribe como la madreperla, desde el dolor del corazón, desde el daño interior. El tiempo aparece como una tensión insoportable entre el pasado, el presente y un futuro que no culmina. El paso del tiempo se materializa en la imagen de “El puente en la niebla”, poema que cierra la primera parte del libro.

El aire conceptual de las asociaciones insólitas y de los objetos imposibles constituye una suerte de reciclaje interminable de lo moral y de lo natural en el extraordinario poema “Árbol del tiempo”. En este texto toma la palabra un reloj de pared abandonado en un camposanto. El reloj habla como el “barquillo” de Catulo y entre las becquerianas ortigas de Cernuda:

Fui un reloj de pared pero hoy mi tiempo es la intemperie.
Me arrojaron a este camposanto y parezco un ataúd
puesto en pie, insepulto entre las ortigas y las tumbas.
Sin embargo, cuervos y termitas me creen
el tronco de un árbol que arrastrara la tempestad.
De tarde en tarde, un difunto se acerca hasta mí
para abonarme con los despojos de su cuerpo
y busca en vano ramas que podarme, brotes verdes,
o me riega con la esperanza de verme crecer.
(p. 46)

Los árboles se van haciendo recurrentes en esta segunda parte: crecen árboles, por ejemplo, de las patas de la silla de la cocina en una noche de insomnio. O como en la portada, dibujada por el propio Jesús Jiménez, donde aparece un antiguo poste eléctrico que tiene un Árbol adentro. Y dentro del árbol, la caja con que sueña el carpintero de la funeraria. El árbol es el origen de las cosas, la madera. Y es también “el final que me espera”.

Se atreve Jesús Jiménez con motivos románticos, el de la vida de los muertos y el también romántico cultivo del género del epitafio o el tema del destino al que no se puede escapar (“El madrugador”, muy recomendable) o el suicidio. Estos poemas tienen un aire jocoserio y encierran un descreído homenaje a algunas formas literarias de vivir la muerte –valga el oxímoron–. En esto también acierta Jiménez, que practica el vario stilo, y si por un lado trae un par de veces a colación el famoso soneto de Góngora de 1582 que termina “en tierra, en humo, en polvo en sombra en nada”, por otro escribe su epitafio medio burlesco y monta como Rigaut una “Agence générale du suicide” con sede social en Montparnasse.

En suma, Frecuencias es alta poesía de nuestro tiempo. Leer a Jesús Jiménez, un placer infrecuente.

MARÍA ÁNGELES NAVAL
"Nayagua", Revista de Poesía, nº 17
Julio 2012

No hay comentarios:

Publicar un comentario