El qué, cómo y por qué del trabajo de Jesús Jiménez Domínguez (Zaragoza, 1970), poeta, autor de Diario de la Anemia / Fermentaciones (Olifante, 2000), Fundido en Negro (DVD, 2007), Frecuencias (Visor, 2012) y Contra las cosas redondas (La Bella Varsovia, 2016).
- ¿Cómo es tu proceso de trabajo en el momento de escribir un poema?
El proceso de creación poética es un
misterio que no soy capaz de explicar siquiera con meridiana claridad.
En uno de sus poemas, Billy Collins habla de la ventana como del lugar
de trabajo de los poetas. Es decir, observación como punto de partida. A
esto habría que añadirle, claro, la imaginación, el pensamiento, la
técnica y la retórica. Y todo eso, junto, configura un estilo. Cómo se
ensambla y engrasa esta maquinaria continúa siendo todo un misterio que
nunca intento desentrañar. La máquina funciona, o eso creo. ¿Para qué
desarmarla y ver cómo es por dentro?
- ¿Cuáles son los principales obstáculos a los que te enfrentas a la hora de escribir?
Inicialmente, en ocasiones, la página en
blanco puede resultar un muro cegador, la imagen del clásico bloqueo
que todos los escritores hemos padecido alguna vez. En ese vacío no hay
nada y a la vez está la posibilidad de todas las palabras existentes y
de sus infinitas combinaciones entre sí. Esa libertad, paradójicamente,
es capaz de coartar, de intimidar. A mí, ya lo digo, me ocurre en
ocasiones. Paul Valéry decía que el primer verso lo facilitan los
dioses, pero conmigo a veces se muestran más caprichosos y me dictan el
último. O lo que es peor: uno que va a mitad del poema. Y he de ir
haciendo el camino hasta entroncar o desembocar en él. Es una manera muy
lírica de explicarlo, lo sé, pero en ocasiones es así. Lo que más me
cuesta del poema son los primeros versos, el inicio. Luego todo resulta
algo más fácil. Llega un momento en que sabes que tienes el armazón del
poema y a partir de ahí has de llenar huecos o no (porque el poema
también necesita zonas de ventilación), pulir bien las palabras y ser lo
más preciso que puedas con el lenguaje. La precisión en poesía es
imprescindible. Hay que saber elegir bien los jugadores para tu equipo.
- ¿De dónde vienen los temas de tus poemas? ¿La búsqueda es más exterior o interior?
No hay membrana impermeable entre el
mundo exterior y el interior. Los dos están en comunicación constante. A
veces un poema surge de una imagen visual construida desde la extrañeza
resultante al mezclar dos realidades físicas o racionales muy
diferentes entre sí. La imagen visual deviene entonces en imagen mental
que me sirve para representar algo del ser humano. Interiorizo cuanto
veo, insuflo vida a lo inanimado, lo integro en mi mundo personal y creo
una especie de alegoría que explica (o lo intenta a su manera, al
menos) el mundo en el que estamos.
- Después de muchos años escribiendo y cuatro poemarios publicados, ¿tu método de trabajo ha cambiado?
Pues un poco sí. Antes era más
intuitivo, ahora más calculador. Al principio, hace tiempo, mis poemas
surgían más desde la improvisación de una imagen más o menos fortuita e
iba añadiendo capas de imágenes colindantes, a menudo desde la
irracionalidad, hasta construir el poema. Ahora no funciono así:
pre-existe una idea bastante clara de lo que quiero contar y luego
elaboro el poema de una manera muy racional, a veces muy cartesiana,
procurando ser lo más claro y sencillo posible, pero sin caer en la
simpleza. Así es como he funcionado en Contra las cosas redondas,
mi último libro editado por La Bella Varsovia. Creo que, de esta forma,
mi método ha ganado en premeditación y hondura. Lo que sigo siendo es
muy meticuloso. Cada vez más. Corrijo mucho. Me paso más tiempo
corrigiendo que escribiendo. No lo concibo de otra forma: se escribe con
la goma de borrar.
- ¿Compartes tus borradores con alguien buscando opinión?
Antes lo hacía más. Hasta que llegó un
momento en que asumí que quizás era mejor equivocarme solo que en
compañía, lo mismo que acertar. Debía aprender, además, a tomar mis
propias decisiones y defenderlas hasta el final, aun a riesgo de errar.
Eso forja una personalidad. Como aragonés, soy además muy cabezón y a
menudo solía hacer poco caso de los consejos, ¿así que por qué no
ahorrarles esa tarea a los demás?
- ¿Retomas viejos poemas inacabados o que no funcionaban en su momento para darles más vueltas?
Sí. Ocurre de vez en cuando. Poemas que
no acababan de funcionar en su momento por no acertar con el tono o el
punto de partida, un día accionas un resorte oculto y todo parece
ponerse en funcionamiento súbita y milagrosamente. Y termino pensando
que quizás aquel poema interrumpido no funcionó en su momento porque se
había adelantado a su tiempo.
- En tu trabajo hay un buen número de referencias musicales, ¿cómo te influencia la música en lo que escribes?
Las referencias musicales abundaban sobre todo en mi segundo libro, Fundido en negro (DVD,
2007). Eran poemas un tanto laudatorios, referencias de mi iconografía
musical personal (Gainsbourg, Syd Barrett, Jeff Buckley…). Estas
referencias musicales han ido disminuyendo en los libros posteriores
hasta convertirse en meras presencias anecdóticas. Quizás porque esas
estatuas mitológicas del pop ya las estaban levantando profusamente
otros poetas de mi generación. Las referencias literarias fueron más
numerosas en Frecuencias (Visor, 2012) y también han ido desapareciendo paulatinamente. En Contra las cosas redondas
(La Bella Varsovia, 2016) aparecen Rimbaud, Hölderlin y Byron, pero
descontextualizados de su tiempo y condición. De todas formas, sigo
escribiendo con algo de música de fondo. A menudo suena Nick Cave, pero
no sé si ello puede influir en mi poesía. Supongo que en los estados de
ánimo sí. Acaso si escuchara The Beach Boys, por citar algo muy
diferente, mi poesía sonaría distinta, no sé.
- El escribir poesía, ¿ha cambiado en algo tu manera de ver lo que te rodea?
Más bien es al revés. Mi manera de ver
lo que me rodea ha ido nutriendo y matizando mis poemas. Yo, como
persona, lógicamente voy cambiando y madurando y eso también se va
notando en mi poesía. Acaso me haya vuelto más cínico y descreído, así
que no es de extrañar que algunos de mis poemas hubieran heredado esas
mismas facciones.
- ¿Qué te aporta la poesía frente a la narrativa?
Una vez entré en una librería que no
solía frecuentar y pregunté por la sección de poesía. La dependienta
tuvo que pensar un poco porque no lo recordaba. Luego recorrimos un
pasillo y en un rincón, en las baldas más bajas y llenas de polvo,
detrás de una papelera, descubrimos una decena de libros de poesía, no
más. Estamos acostumbrados a que librerías y medios de comunicación
traten la poesía como a la Cenicienta de la literatura, al patito feo
que hay que esconder en un rincón. El público se lo ha creído hasta el
extremo de preconcebir la poesía como algo que no merece la pena porque
no se vende ni tiene presencia en los medios. Si no vende es que no será
muy bueno. Estamos en un bucle continuo. La industria editorial
funciona como cualquier industria de cualquier sistema capitalista.
Exagerándolo al máximo, la novela es capitalista y la poesía
antisistema. A los novelistas (a los best sellers y a los más
reconocidos, sobre todo) se les imponen plazos de entrega. Hay que
producir, producir y producir. Los poetas no conocemos la prisa. Y yo
menos que nadie. Si la poesía fuera una empresa privada, a mí me
hubieran despedido al segundo día por no producir lo suficiente. Eso, a
la vez, me agrada y desagrada del mundo de la poesía: no existe presión
del mercado porque sencillamente el mercado no existe. Yo releo
continuamente los libros de poesía que me gustan. No sé si existirán
muchos lectores que hagan lo mismo con sus novelas favoritas. Los buenos
libros de poesía son inagotables, así que pagar 10 o 12 euros por uno
de ellos me parece incluso una ganga: siempre vuelves a ellos porque
siempre te muestran algo nuevo, te recargan las pilas continuamente. Me
gusta también mucho la novela, no lo niego. Pero llevar un buen libro de
poemas en el bolsillo del abrigo, en el lugar donde algunos llevan una
petaca de whisky, puede salvarte (o aliviarte, al menos) la vida en un
momento dado.
- ¿Cuál es (o debería ser) la función de la poesía a nivel cultural?
No lo sé. Pero la poesía, la buena
poesía, nos enseña cosas muy íntimas del mundo y de nosotros mismos;
cosas que, si no, incluso se nos olvidarían. La poesía es memoria viva
de cuanto somos y dejaremos de ser. La poesía es ese gran caer en la
cuenta, ayuda a conocernos. Es una ciencia subjetiva y no exacta, y deja
mucho a la imaginación. Francamente no entiendo que los libros de
autoayuda se vendan mucho más que los libros de poesía, porque la poesía
tiene una fuerza terapéutica impresionante, muy potente. Si la poesía
(y esto, claro, sirve también para la novela no comercial y más
arriesgada) no está más presente en la vida cultural es porque en el
mundo en el que vivimos no queremos cultura, queremos industria.
Entrevista de Lucía Bailón
para la revista Borrador
24/04/2016
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