POEMAS PARA MOVER EL MUNDO
CAJA DE LAVA
ÁNGEL GUINDA
(Olifante, Zaragoza, 2012)
Después de Espectral (Olifante, 2011), libro de alucinaciones más que de iluminaciones, donde el poeta –como en una pesadilla soñada en voz alta– dialogaba con sus propios fantasmas, miedos y obsesiones personales, Ángel Guinda vuelve ahora a la actualidad editorial con un libro que retoma el mismo tono de Claro interior (Olifante, 2007) y en el que la reflexión marcadamente metafísica y existencialista convive con el activismo, ya sea desde el compromiso social o desde la fuerza arrolladora de la pasión amorosa, motores ambos para mover el mundo.
Estos “poemas escritos en tiempos de crisis”, como se reconoce sucintamente en el colofón del libro (¿puede existir una literatura que no parta de crisis alguna, sea ésta del tipo que sea?), se abren con un título ya emblemático, me atrevería a profetizar, en la obra reciente de Ángel Guinda: “Tal vez vosotros sabéis”. Ese “no sé” del poema inaugural, inteligente en su reiteración, y que ha fundado obras poéticas enteras (y ahora me viene a la memoria, por ejemplo, toda la poesía de Wisława Szymborska), resulta en Caja de lava la piedra base sobre la que se cimienta ese misterio de intentar nombrar por primera vez las cosas y que lleva al autor a ubicarse frente al mundo, con los ojos bien abiertos y desprovistos de prejuicios sensitivos: “Yo no sé qué preguntan al sol los limoneros. / Ignoro los secretos de las algas y de las medusas. / Tampoco sé si esto es un poema / o una pequeña galería de hormigas. / Tal vez vosotros sabéis, yo sólo canto”.
Desde hace ya muchos libros atrás, hay algo en la escritura poética de Ángel Guinda que nos permite contemplar la propia existencia como una prolongada despedida de cuanto hemos amado y disfrutado en vida. Es una despedida intensa, lúcida, sosegada, pero sin asomo de un patetismo excesivo e innecesario. En una de estas despedidas lacónicas podemos leer: “Mi autobiografía cabe en una palabra. Preguntó: ¿qué palabra? Le respondí: adiós”. Es decir, la vida entrevista como un hecho que, paradójicamente, sólo cobra un sentido inteligible y completo gracias a su propia naturaleza mortal: “Morir es traducir la vida”.
En esta larga ceremonia del adiós, el Guinda prevenido y senequista mantiene un constante pulso a brazo partido con el Guinda vitalista y jubiloso (merece mucho la pena detenerse en la lectura de esa epifanía que es el poema “Felicidad”). Sin embargo, en otras ocasiones, los dos extremos, los dos Guindas se encuentran, se tocan y se abrazan sin recato. Por ello, no sorprende que en “Taller de poesía”, poema de esa primera parte metapoética del libro, el urgente carpe diem de “Vivid, vivid al límite vuestra propia existencia” se prolongue con toda naturalidad (y permítaseme la expresión) hasta el carpe the end de “Avanzad mortalmente hacia la nada”.
En Caja de lava este Ángel desdoblado se presta a analizar a fondo la compleja naturaleza del ser humano con todo su desmoronamiento físico e ideológico (“Todo precario ya. La casa que es tu cuerpo / exhibe en su fachada escorchones o grietas”), desciende hasta las atormentadas paradojas de un mundo al que ama y aborrece con idéntica dedicación revolucionaria.
Resulta totalmente revelador que en “Sin los cinco sentidos” (título de la segunda parte del libro) no tenga más remedio que recurrir a un sexto sentido (el sentido de la inteligencia y de la intuición) para abordar el milagro inefable del amor. Es decir, desde el empleo de la sinestesia y la convivencia pacífica de los contrarios: “El glaciar que me quema eres tú. / Lo que llena el vacío eres tú. / El silencio que me habla eres tú”. Es una poesía, al fin y al cabo, del yin y del yang: nada existe en estado puro ni tampoco en absoluta quietud, sino en una continua transformación. O dicho de otra manera: cualquier idea puede ser vista como su contraria si se la mira desde otro punto de vista, aquel que de algún modo la completa y complementa.
Pero dejando a un lado la fuerza de la pulsión amorosa como única arma posible para sobrellevar el nonsense existencial y el transcurso dictatorial del tiempo, seguimos por otra parte advirtiendo en Ángel Guinda su pródiga insubordinación ante los dictados oficiales, su eterno gesto beligerante frente a la agresión de los poderes políticos y financieros. Son estos, en efecto, tiempos propicios para la denuncia social, para las consignas contestatarias y solidarias, para la empatía con los más desfavorecidos: el poema “Desalojo”, con ese verso igualador y final a la manera de Quevedo (“Desalojados todos seremos de la vida”), es quizás –en este sentido– el botón de muestra más apreciable del libro.
Personalmente, uno es de la opinión de que cualquier poética, manifiesto o artefacto metaliterario, además de ser redundante, va siempre muy por detrás de la poesía de quien los escribe. De lo que no cabe duda es que la poesía de Ángel Guinda lleva felizmente a la praxis aquello que sus manifiestos (Poesía y subversión, Poesía útil y Poesía violenta) han venido propugnando a lo largo de todos estos años: una poesía que sea un arma cargada ya no de futuro (como señalaba Gabriel Celaya), sino de presente. Una poesía necesaria, urgente y “práctica”. Una “poesía terrorista” que intente combatir por medio de las ideas y de sus sombras (las palabras) las injusticias socio-políticas del sistema; pero que, igualmente, exalte la vida hasta las últimas consecuencias. Una poesía contestataria, metafísica, en extrema y continua tensión con una realidad que nos aprisiona y encarcela. En resumen, una poesía existencial y doliente de un hombre que se sabe perecedero y que despide el libro con un emotivo poema de aire un tanto juanramoniano: “Cuando, para mis pasos, / sea el aire una barrera infranqueable. / Cuando, menos yo, todo / siga aún vertical”.
JESÚS JIMÉNEZ DOMÍNGUEZ
Reseña publicada en el nº 103 de la revista Turia (junio de 2012)
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