miércoles, 17 de noviembre de 2010
jueves, 11 de noviembre de 2010
Adiós a Carlos Edmundo de Ory
Nos ha dejado el aerolito Carlos Edmundo de Ory, un alma poética inimitable, independiente y brillante. Uno de los poetas españoles más originales de la segunda mitad del siglo XX. Un vate que entendía la poesía como un yoga y una droga.
En tiempos me interesó mucho su poética tan insólita. Me pregunto dónde guardaré la foto que hace años me hice con él. Tengo que peinar la casa en su búsqueda. Entonces me pareció un tipo especial, muy vital y ocurrente. Valga este simpático retrato que Ramón Irigoyen hizo de él en Cielos e inviernos (Hiperión, 1979) a modo de homenaje:
CARLOS EDMUNDO DE ORY
Tiene el calor de un carro de estiércol
y más vida que un tren de lagartijas.
Es inocente como un burrito gaditano
y duerme con una francesa y dos gatos.
Con frecuencia orina leche negra
y sin embargo siempre, incluso en mayo,
en su orina está disuelto el otoño con todas sus hojas.
Dedicó muchas horas a vendar tobillos de murciélagos.
En su ignorancia de poeta cree que Logroño linda con Gerona
y sus libros más queridos son el Cántico Espiritual de Baudelaire y la Divina Comedia de Vallejo.
Es frágil como un pecíolo
y sus palabras ollas de nata.
Sus versos tienen piel de cordero nada cuerdo
y durarán como duraznos.
Se tuvo que ir de España para no morirse de frío.
En tiempos me interesó mucho su poética tan insólita. Me pregunto dónde guardaré la foto que hace años me hice con él. Tengo que peinar la casa en su búsqueda. Entonces me pareció un tipo especial, muy vital y ocurrente. Valga este simpático retrato que Ramón Irigoyen hizo de él en Cielos e inviernos (Hiperión, 1979) a modo de homenaje:
CARLOS EDMUNDO DE ORY
Tiene el calor de un carro de estiércol
y más vida que un tren de lagartijas.
Es inocente como un burrito gaditano
y duerme con una francesa y dos gatos.
Con frecuencia orina leche negra
y sin embargo siempre, incluso en mayo,
en su orina está disuelto el otoño con todas sus hojas.
Dedicó muchas horas a vendar tobillos de murciélagos.
En su ignorancia de poeta cree que Logroño linda con Gerona
y sus libros más queridos son el Cántico Espiritual de Baudelaire y la Divina Comedia de Vallejo.
Es frágil como un pecíolo
y sus palabras ollas de nata.
Sus versos tienen piel de cordero nada cuerdo
y durarán como duraznos.
Se tuvo que ir de España para no morirse de frío.
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