lunes, 10 de agosto de 2009

Summer in the C.R.P.


Agosto. La mitad del país se ha marchado de vacaciones y la otra mitad, que debería estar dando el callo, ha decidido de repente afiliarse al Sindicato Obrero de las Cigarras. Y es que hace demasiado calor para esto del trabajo.

Como muchos (o algunos) ya sabrán, pertenezco a la denostada calaña de los funcionarios: Trabajo en un C.R.P. del Gobierno de Aragón, concretamente en el Área de Personal. ¿Qué es un C.R.P.? Un C.R.P. es un “Centro de Rehabilitación Psicosocial”. Un psiquiátrico. Un sanatorio mental. Un manicomio, vaya. Pero vivimos en un tiempo en el que las palabras ya no son lo que eran. Ahora todo parece más serio y más institucional (y más aséptico en este caso) si se utilizan unas siglas: vuelta a la sopa (boba) de letras. Parece que definitivamente psiquiátrico les sonaba demasiado duro, demasiado real, a las mentes bienpensantes del Departamento de Salud y Consumo y decidieron buscar algo más light, más buenrollista. Me pregunto qué pasaría si el Ayuntamiento de Zaragoza se pusiera a pensar ahora de repente y en consecuencia que “Cementerio de Torrero” suena demasiado crudo, demasiado fúnebre, y decidieran, para mayor tranquilidad de vivos y muertos, sustituir el término por “Área de descanso”. De descanso eterno, claro. Menudo alivio.

Pero a lo que iba. Cuando tengo que explicarle a alguien dónde trabajo, a menudo me encuentro con la siguiente frase del interlocutor: “Ah, pues te pega mucho”. Y es que parece ser que un psiquiátrico (perdón, un C.R.P.) es el mejor lugar posible para un poeta, razón ésta que se me sigue escapando. Por lo visto, la poesía debería abandonar las catacumbas a las que hacía referencia Octavio Paz para alcanzar por fin un espacio adecuado y mucho más cómodo: una celda acolchada (cosa que, por cierto, ni siquiera he visto por estos lares). Pero tal vez tengan razón estas personas sin necesidad de conocer siquiera este título tan ilustrativo del poeta Antonio Cisneros: Poesía, una historia de locos.

Vayamos a una de ellas.

Aunque trabajo en el Área de Personal sitiado por papeles, ordenador, máquina de escribir electrónica y un teléfono que habitualmente no para de sonar, veo de tanto en tanto a los pacientes deambular por el jardín como supervivientes apenas de un naufragio. El símil se queda corto vista la cruda realidad. Los hay de toda clase y alucinación. Está el tipo que, encorvado en ángulo de 90º grados, parece discutir con algo del suelo. Después de darle muchas vueltas al asunto, he terminado por asumir con un escalofrío que dicho paciente tiene línea directa con las hormigas, que habla con ellas. Pasa largo tiempo echándoles unas broncas colosales y he recordado, en uno de esos caprichosos cortocircuitos de la mente, esta frase de Woody Allen en boca de uno de sus personajes: "De pequeño siempre quise tener un perro, pero mis padres eran pobres y sólo pudieron comprarme una hormiga." Aquí, gracias al Gobierno de Aragón (un claro ejemplo de desarrollo social), las hormigas le salen gratis a este hombre. Unas hormigas, por otra parte, también funcionarias, preparadísimas (todas pasaron por un concurso-oposición hecho a su medida); pero que también hoy, como la mitad del país, parecen haberse afiliado al Sindicato Obrero de las Cigarras. Y es que, definitivamente, hace demasiado calor para esto del trabajo.

2 comentarios:

  1. Hay un extraordinario relato de Samuel Beckett sobre un personaje doblado en 90º. Se titula "Assez" ("Basta")

    ResponderEliminar
  2. Jesús Jiménez Domínguez17 de agosto de 2009, 8:54

    No conozco ese relato de Beckett, Ángel. Gracias por la información.

    ResponderEliminar