miércoles, 24 de junio de 2009

Afinidades Fernando Sinaga - Jesús Jiménez

Fernando Sinaga
Agua amarga, 1995


MÁCULAS

Desde hace años tengo una obsesión: fotografiar paredes desconchadas y enfermas de humedad. Sólo eso. No me interesan los rostros de las personas ni los paisajes idílicos. Carecen de la fotogenia propia del misterio. En cambio, el techo cuarteado en una pensión desastrosa o el muro resquebrajado de un convento me aturden por completo. Puedo pasarme horas y horas contemplando esas maravillas.

Alguien me dijo una vez que toda Lisboa es una desconchadura. O una grieta. O una herida. Ya no lo recuerdo. Así que aquí estoy. Llegué hace unas semanas y busqué enseguida la pensión más ruinosa de la ciudad. Hallé lo que buscaba en el Bairro Alto: una habitación de paredes descascarilladas de cal y un enorme lamparón de humedad en el techo, justo sobre mi cama. Tendido en el jergón pienso en la naturaleza de esa mancha. Imagino que en el piso de arriba duerme un extranjero que nadie ha visto, un comerciante menesteroso, un notario arruinado, un funcionario de la muerte, un vampiro que de noche padece pesadillas y que a ratos despierta sobresaltado, empapado en sudor, calado por el agua amarga de sus sueños. Luego me asomo al balcón y veo una marea de tejados y azoteas comidos por el sol y la lluvia. Todo un muestrario de manchas que, ensimismado, me apresuro a fotografiar bajo diferentes luces del día. Enfrente, más allá de Rossio, diviso el castillo de São Jorge y, al otro lado, el Tajo cruzado por veleros cargados de vino verde y Oporto.

Llevo días callejeando por Alfama y el Chiado, retratando con mi cámara fachadas descortezadas por la intemperie, tapias injuriadas por el sol, escaleras de piedra manchadas de orines de gato. Tengo barba de varios días y hace tiempo que no tomo una ducha. La higiene carece de todo interés para mí. El aseo y el orden son todo lo contrario al arte. Sólo la suciedad es cálida y profundamente humana. Los niños lisboetas me llaman loco y me tiran piedras. El día menos pensado van a acertarle a la cámara y será como si me dejaran ciego.

Por las tardes bajo por rua de São Tomé hasta la iglesia de Santa Luzia pegado a las paredes como una grieta más. Las casas huelen a clavo y a canela y están calientes como la panza de una yegua. Cae la noche manchándolo todo y entro en un burdel cerca de Cais do Sodré y del Tajo. Los burdeles son paraísos de máculas: manchas en las paredes, manchas en las camas, manchas en los corazones y en las conciencias, manchas pequeñas sobre manchas más grandes. “¿Quieres sacarme una foto?”, me pregunta una inmigrante angoleña desnuda en su cuarto sobre un revoltijo de sábanas sudorosas. La prostituta tiene cuerpo de ébano y una sonrisa apuntalada por un aparatoso corrector dental.

En el techo una enorme grieta cruza, casi de lado a lado, el cuchitril. Me subo a una silla y palpo incrédulo la hendidura como Santo Tomás palpó la evidencia. “¿Es del terremoto de 1775?”, pregunto por preguntar algo. La puta ríe con el estrépito de una iglesia que se desmoronara entre andamios. “No. Es del terremoto de anoche. Fuerza ocho en la escala de Amalia. ¿Quieres tú también bajar al epicentro mismo del seísmo?”, me dice indicándome su sexo. Saco unas cuantas fotos de la grieta del techo y follamos luego en silencio. Sólo pienso en la grieta sobre nuestras cabezas, casi oigo cómo crece a cada una de mis arremetidas. Una grieta en el techo de un burdel. Eso sí que es una metáfora. Ella me dice: “¿Me regalarás tu foto de la grieta? Nunca me han regalado nada. Mi chulo dice que para San Valentín me regalará una correa de perro para mi corazón. Dice que así podrá sacarlo a pasear por rua Garrett”.

En rua Misericórdia hay un minúsculo local donde venden fotografías eróticas de época victoriana y libros antiguos que se deshacen como hojaldres entre las manos. Loja das livros novos e usados: así reza el cartel de la entrada. He hojeado primeras ediciones de Pessoa y Mario de Sá Carneiro. Al retirar uno de ellos de la estantería, he vislumbrado en la pared una grieta fabulosa e inusual, larga y precisa, como si la ruina trazara una rúbrica en todas sus propiedades. He querido apartar los gruesos volúmenes de la estantería para poder fotografiar el hallazgo, pero el dependiente se ha negado en redondo. Así que he tenido que adquirir todos los libros para poder disparar mi cámara. ¿Qué voy a hacer con tantos libros? Tal vez se los regale a Amalia. A buen seguro no los leerá, pero siempre podrá venderlos.

Al bajar hasta Rossio me topo con el “hombre elefante”, un tipo con la misma cara desfigurada y monstruosa de John Merrick, que mendiga limosna a los turistas. Dudo si sacarle una foto. Mejor no malgastarla en una frivolidad como ésa. Hay mucho que fotografiar en Lisboa. Camino pegado a las paredes alejado de los turistas, intentando en vano hacerme invisible a los ojos de la gente. Esta noche iré al Incógnito, un pub moderno en rua Poiais de São Bento donde pincha música un finlandés aficionado a la fotografía. Me han dicho que puede prestarme una ampliadora. Quiero sacar la grieta del burdel a tamaño natural para colgarla del techo de mi habitación en Madrid. Grietas como ésa no se ven todos los días. Tal vez sólo en Lisboa. Porque Lisboa entera es una grieta. Y una grieta es mi camino de imperfección, la única cartografía posible aquí. Eso me digo en voz alta en mi cuarto de pensión mientras enrosco la bombilla pintada de rojo y preparo todo para el revelado. Lisboa es la grieta y yo el loco que, como una lagartija, se atrinchera en ella.

Tal vez no regrese nunca a Madrid.


Este pequeño texto mío aparece en el libro-catálogo Afinidades, un proyecto que resulta del diálogo promovido entre cinco artistas plásticos (María Buil, Enrique Larroy, Gonzalo Tena, Lina Vila y Fernando Sinaga) y cinco escritores (Ismael Grasa, Manuel Vilas, Alejandro J. Ratia, Félix Romeo y quien esto escribe). La exposición de las obras gráficas se puede ver hasta el 17 de julio en la Galería Aragonesa del Arte, c/ Fita, 19 (Zaragoza).

Fernando Sinaga (Zaragoza, 1951) es un artista con importantes muestras en galerías nacionales e internacionales. Si bien ha estado presente en la escena artística desde finales de los años setenta, su obra cobró mayor importancia a partir de la segunda mitad de los años ochenta. Desde dicha fecha, ha sido expuesta en diferentes galerías y museos de España, Alemania y Estados Unidos. En 1989 participó en la XX Bienal Internacional de Sao Paulo, Brasil. En 1992 en la V Triennale Felbach, de Alemania. En 2000 expone en el Pabellón de España de la Exposición Universal de Hannover. Su obra se encuentra representada, entre otras, en la colección del Museo de Arte Reina Sofía, Patio Herreriano, ARTIUM, en el Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo (Badajoz), Banco de España, Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM), etc.

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